Le
prometí al amigo Tony en el despertar de otra mañana de otoño, después de una
grata charla cinéfila y literaria, descubrir a mis santos inocentes. Consiguió
meterme en el amarillo de una memoria rancia, logró emocionarme y romper mis paradigmas,
atento al desarrollo de como el mismo Delibes ilustrara la sensibilidad de Camus,
para plasmar una realidad tan hiriente como desdeñable, quería enseñarle un
país del sur de Europa que nos doliera el alma, recordar el pellejo ibérico de
ignorancia y prepotencia, por sus diferencias ancestrales de señoritos e indignos.
El
siniestro que marco como un cuadro de Goya, la noche de los tiempos, las batallas
de un dolor arraigado entre los derechos y libertades. Entre la educación y la mesura.
Ahora recuerdo ese olor con el que el compañero, me describe muchos paisajes de
su memoria, marcado por las similitudes inconmensurables de las experiencias en
vidas o sueños paralelos. “Ese olor a orín, amarillento y pestilente, donde el
submundo sube a la capa olfateable de la sociedad” y acentúa un paisaje tenebroso
despoblado de aromas que anula la alegría colectiva de otros hasta el punto de
verla abajo e inalcanzable.
Este
drama temporal enmarca la proeza de transmitir su esencia ejemplar. Los
personajes de Azarías o la niña chica. Inocentes de las decadencias de una
triste sociedad de otros inalcanzables en la trama, la miseria de la felicidad
estremece en su seducción primaria, La bondad de Paco raya lo supremo de un
personaje que obedece con benevolencia y exhibición de artesano de voluntad y
soluciones hasta la saciedad, la imagen de perro olfateador es brutal, escalofriante
en la metáfora. Régula obediente y rebelde es ejemplar, donde sus ojos hablan y
denuncian con la mirada. El señorito Iván, borda su prepotencia con acritud y
posesión de sus incuestionables derechos sociales. El cortijo, ese tapiz blanco
que quiere destacar sobre la España trémula de las clases sociales, Miguel Delibes
exaltó sobre el tapiz tostado de la piel de Toro, la realidad hiriente del sur
en un país anclado en su vergüenza del que solo queda el recuerdo, envío un
guiño de honor al gran Rodriguez de la Fuente y su sensibilidad con el hombre y
la tierra.
Tantos
mensajes encriptados en una cinta, remueve conciencias aun cuarenta años
después de su estreno. Que sirve de evolución comparativa y denuncia impuesta constante,
con una magistral obra de realismo servil y rural. Cuidado porque, en muchos
rincones del olvido de la memoria, aún sigue oliendo a orín putrefacto, es verdad
que, ventilado por los aires del cambio climático, otra barbarie de los señoritos
del capitalismo
Ahora
entiendo ese olor… Y le pongo memoria.