Y
ahora qué. Entre tanta desidia del amor, a una fruta tan amorosa, se alega el
sabor a su esencia. Podemos hacer las colas del hambre, o las colas del amor a
ese panal tan rojo y libidinoso. No es pecado apostar, es pecado no cuidar los
detalles. Mientras la sabiduría popular es consciente de que una fresa se vende
madura, roja y jugosa con ese sabor a esencia de tierras agradecidas es un bien
que se respira. La pena, tal vez, radica en su cuidado, en su elaboración, en
su necesidad, en sus caprichos. No todos los pueblos pueden presumir de una
fruta tan amorosa, tan peculiar y gustosa, ese rojo que interpretas como el
sabor del amor. Entre tropical y prohibido, la suerte es que, en Valsequillo, -sus
políticos- para bien o para mal, sacan su terapia social de agradar los
paladares a costa de regalar un valor que no cuidan. Que no sopesan, que no
cultivan. Que está ahí por obra y gracia de la pasión por el cultivo de la
gente del campo.
Paco
“El de chana” Nos decía orgulloso que en los años “70” trajo la idea de Europa,
con unos amigos de alimentar con fresones los campos de Valsequillo, 50 años después
y con la esencia adormilada de las ideas y proyectos se restringen a lo que cae
de la ilusión de las cosechas de fresas. fincas y freseros de Valsequillo que han
cultivado hace más de cincuenta años el amor a la pulpa de cupido. Y en la
inercia se puede seguir viviendo del concepto, pero no se puede esquilmar los
problemas del campo. Las ideas para mejorar, son tan útiles como necesarias, la
ilusión y la creatividad debe ir de la mano de los entusiastas del municipio. Para
que cada nueva cita sea un esplendor de sabores y un regocijo de esencia. En
esta fiesta entrañable que se adivina, faltan tantas pequeñas cosas que se
obvian, que la continuidad depende de la decepción de los cultivadores.
Hoy
volvió otra fiesta dadivosa de la fresa de Valsequillo. Y la imagen de los
pasillos limitados de carpas y con caravanas de colas para obtener unas migajas
de creatividad – tartaletas, jugos de fresas, helados, pasteles- todo avalado
por la generosidad, que bien, se podía llamar 1 euro. Porque lo que es gratis
es la dependencia a la felicidad del placer degustado, que nunca sabrá lo
mismo. Que el valor del precio de los cosecheros y los artesanos, no podemos
vender nuestra imagen de pueblo generoso a vecinos que nos demandan esas tristezas
del siglo pasado. Las colas del hambre…
No
quiero hacer de estas reflexiones una crítica más a una gestión que caducó por
falta de conciliación y de compromiso con la esencia y la actividad que lo
genera. Más sensibilidad para los freseros y ese orgullo de valsequillo de dar
lo mejor de nuestra tierra, no debe ser gratis, ni acosta de los que desean que
estas gracias de cultivo, tengan el eco del aplauso y la marca de este pueblo.
Probablemente
la tristeza acompaña a otras tristezas, cuando bajamos a nuestro vecino
Telde y descubrimos la otra cola del sustento y el reclamo. Una carretera
antigua de Eucaliptos que tristemente proyectan sombras y una línea de curvas,
sin reparos y colapsada para visitar el pueblo de las fresas de Canarias, otra
vez al año me quedo con la pena, que ha mi pueblo lo alumbran pocas luces y
mucha suerte.