domingo, 23 de noviembre de 2025

FRÍO SEDUCTOR


Cuando el campo saca la paleta de colores y a las montañas se abrazan las nubes, el frío viene a dirigir la orquesta de los albores de otoño; cambia las percepciones de las miradas y la sensación de bienestar. La invitación a rebuscar el abrigo estimula el recuerdo de los paralelismos del tiempo y su efecto en nuestro organismo. La naturaleza, siempre sensible a los cambios, saca la bandera verde de la paz y renovación del paisaje, sumiéndonos en el nuevo ciclo, marcado por la distancia del sol paseando por las estaciones de su elíptica.

Entonces paso unos días sintiendo el cosquilleo del frescor, esa caricia agradable que te convierte en víctima de la temperatura y héroe de tu termostato. Un reto de aguante se va apoderando de tu energía, y los mecanismos corporales de la defensa y el resguardo se ponen en marcha para liberar la química del bastión, siendo estas reacciones físicas una oleada de consultas internas imperceptibles que actualizan y actúan a tu voluntad con conciencia materna de protección.

Vivir en Valsequillo y medianías sacude esta gracia de contemplar los cambios de traje de la naturaleza. Se abren los armarios y se mira a la montaña buscando presagios; el despertar del nuevo día de soles anaranjados que, dependiendo de la carga de polvo de desierto en el espacio, se convierten en las auroras boreales del paraíso de las islas. A veces, caminando en la tarde, te quedas embobado mirando el espectáculo de la bóveda y las despedidas del astro rey.

Tiempos de dichas y castañas acuden en los últimos ocres de la acuarela. En la paleta, ahora le toca al verde y sus tonalidades; la legión para el cambio de piel es tan brutal que, día a día, se revela con asombro ante nuestro escudriño. Milagrosamente, como la serpiente, se cambia de piel en una metamorfosis apresurada. Es fácil adivinar el contertulio de los árboles con los animales, la fascinación por el cambio necesario y revival, toda esa armonía que compagina seducción y antojo, ciclo y rotación, renovarse o morir.

Así nos sacuden los episodios de la vida en estas latitudes: entre bancales y almendreros en gestación, entre trebolinas que despiertan y caracoles que se arrastran buscando oportunidades. Un rito ancestral que domina la naturaleza divina del espectáculo, que sufraga las tesis de la memoria para recomponer los ciclos de la existencia, con las pequeñas variantes llamadas “aquellos tiempos” o “estos tiempos que corren”. Cuántos paralelismos y circunstancias se atribuyen para definir los conceptos: la sabiduría de la observación con la variable de arrastrar el peso del conocimiento y la madurez de la experiencia.

Sigue despertando en nuestra percepción la magia de los cambios, ese bien necesario para languidecer el pensamiento y el análisis, adormeciendo la asombrosa respuesta de los comportamientos —esa madurez transigible del espíritu para evocar sueños— que repercuten en la serenidad de afrontar nuevos retos de supervivencia. Todo comienza con unas oportunas gotas de agua que se convierten en rocío y engendran el milagro de la vida, tan sencillo y milagroso este tesoro.

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