domingo, 30 de noviembre de 2025

VERDE, TE QUIERO ASÍ


No se hizo esperar: los pinceles de la armonía sacaron a lucir sus bocetos en lo inmediato. El cambalache del tiempo obedece al viaje del astro de la luz hacia lugares más lejanos del universo. Ahora el fresco reina en los pasillos, y el ambiente —y la mirada— se vuelve verde en el horizonte. Las caricias de la humedad acurrucan el frío en los rincones y barrancos, donde el nacimiento natural de la nueva vida se viste con trajes de temporada.

Cuando el frío te sube por las piernas y sus manos frescas van sacudiendo los protones de tu calefactor, advertimos la ternura de los días chicos y opacos. Su paisaje se vuelve alentador de recepción constante. Las montañas llaman a las nubes para plegarlas, y gritan al viento, al azote de la borrasca, para abrir la veda de la caza de lluvia.

Es tiempo de abrigos guardados, de sacudir su letargo y estirar sus mangas dormidas. Placer seductor de invierno, que alarga las noches con frescor y oscuridad. Los machetes helados de la ventisca se afilan en las herrerías de la espera; la armonía de los campos esgrime la llegada de su estación favorita, de su actividad más estresante: ocupar espacios, procrear naturaleza y encender los hornos del hogar clamando al cielo.

Gracias a estos cambios de luz, el paisaje se anima al maquillaje, al estreno, como los jóvenes que se preparan para el baile de promoción en busca de exultar su mejor belleza y captar las emociones del sentimiento. En tierras tan cálidas y secas, la llegada de los pétalos de agua del cielo es una bendición esperada. Dicen que las plegarias no llegan al más allá y que los dioses pasivos no permiten arengas ni tempestades, aunque las conciencias del mal sigan atacando furtivamente, incontroladas, en lugares inesperados.

Nosotros nos conformamos con que los tiempos de gestación y lluvias no abandonen a esta tierra sedienta y amable; que el color verde no sea un maquillaje espontáneo, sino un forro polar de abrigo necesario. Quiero escuchar el tintineo de las esquilas en el campo mientras se ordenan los espacios en los galpones; el lavado de cara de los árboles y las escorrentías alegres en las barranqueras; las montañas luciendo pamelas de algodones y las palabras sacudiendo tertulias de tradiciones; los viejos en corrillo argumentando señales, los fogones soltando aroma de potajes, las campanas doblando el tañido de agradecimiento y los portales rechinando la hinchazón de la madera.

Todo ese universo de color que se junta en tonalidades para resumir el salmo del “verde, te quiero así”.

 

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