Deja que suelte la palabra, que labre el pensamiento en un caudal de lectura e inspiración, la suerte de tener el mecanismo que elabora el tejido literario para disfrute del pensamiento activo. Soñar y contar los sueños, vivir y contar la vida desde la observación y las perspectivas. Es la melodía de la lectura quien lleva en volandas la suerte del encuentro. la filosofía de una vida buscando la plenitud a través de jugar con las letras y los mensajes encriptados que desvelan belleza literaria

domingo, 12 de febrero de 2023

TIO BISABUELO MANUEL SUAREZ GUERRA

 

Un hombre bueno, supone la plenitud de sus actos, la responsabilidad de su conciencia que siempre va acorde con su manera de pensar. Manuel Suárez Guerra bisabuelo materno, era uno de esos valerosos hombres que le echaba a la vida el coraje meditado de la armonía activa, hombre pasivo y analítico, observador y justo.

Su nacimiento se produjo en el 1884, hace apenas siglo y medio sus padres “Los Suarez” venían de Tenteniguada y su madre “Los Guerras” del monte. Que acabaron asentándose en la Pepina, del barrio de la Gavia, allí entre las cuevas que sorteaban las laderas, fue creciendo la ebullición de la edad moderna, tuvo tres hermanos conocidos, Miguel y una Hermana que desconocemos su nombre. Yo recuerdo a su hermano Miguelito Suarez, porque era el abuelo de mi vecino, y como niños teníamos la responsabilidad de atenderlo sentado en su perezosa envuelto en una manta con un pie amputado, pues su hija Dorita, salía a trabajar y el abuelo era responsabilidad de los pequeños. Gonzalo, Guillermo, Nieves.

Manuel Suárez era ágil en la labranza, silencioso en el pensamiento y resolutivo en el respeto, le inculcó valores de supervivencia a sus hijos con el arte de lidiar con la vida. Muchas tardes pasaba bajo el árbol del patio sentado, hablando con ellos de las noticias del mundo, y la revoluciones que se medían por bocas de tercero. Los medios eran escasos y las noticias corrían por los caminos y las pocas tiendas de aceite y vinagre.

Los reales de Vellón era la moneda difícil de coleccionar, solo las tenían los señores terratenientes de la ciudad. Los apellidos ilustres de la burguesía. Los pobres seguían jugando al trueque como método de supervivencia. Y así cabalgaron siglos y todos sobrevivían con la habilidad de la adaptación. Pero Manuel, presintió venir los tiempos mejores, se generaban trabajos con dedicación y las remuneraciones en viejas monedas aparecían como miserias del deber, que la mayoría de nuestros antepasados no gastaban, solo guardaban para las necesidades de supervivencia; Comprar una vaca, un cochino, unas gallinas, la fuente de la alimentación alternativa.

La casa se le lleno de hijos con María Pérez, una mujer grande y fuerte, que cargaba con la destreza la dureza de la vida hasta que la vejez se apoderó de sus recuerdos y la fue volviendo loca, siempre le reprochó a Manuel que dejara ir a sus tres hijitos a Cuba, y que desaparecieran para siempre. Los apegos para Manuel no era moneda de cambio, el cambio era necesidad y supervivencia por ello aconsejó a Pepe, Manuel y Juan que había que ir a buscar la suerte del trabajo y el bienestar y los consejos recibidos de Miguel Morales -padre de su Yerno Juan- eran buenos argumentos. Cuba ondeaba en la mente de todos como un destino feliz, donde el trabajo, el dinero y la comida no faltaba jamás.

Y los Suárez Pérez tomaron sus últimos ahorrillos y la maleta de madera compartida y tiraron Matanza abajo, para pillar el coche de hora en la cuesta Ramón, que los llevaría al muelle de Las Palmas. Donde los Vapores de los barcos embadurnaban un paisaje de aventura y nostalgia, las caras de tantos otros como ellos que se embarcaban para el caribe era una motivación cómica del futuro incierto.

Manuel Suárez estuvo unas semanas sin hablar con nadie, con el enyurge de los hechos, su mujer María andaba entre sollozos y valentías disimulando la perdida y el silencio comenzó a sacarle brillo a un enemigo como el Alzheimer. Se le escuchaba hablar con las gallinas primero y con las tuneras después, a las primera les decía que los chiquillos vendrían pronto con la maleta llena de sonrisas y regalos y con las tuneras se liaba a golpes como si fueran la causa de un desahogo del cuerpo, en realidad era una crisis galopante de la que nunca se pudo recuperar. Mientras Manuel se pasaba el día buscando noticias y labrando, de los pedazos de tierra a los animales, su hermano Miguel muy crítico con la realidad, le aconsejaba en largas charlas y argumentos los avatares de su raza, que llegaron de los riscos de Tenteniguada en Valsequillo y sobrevivieron a muchas penurias y allí estaban con sus familias y sus asientos…


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