Hola
mama, estabas tan guapa y atenta en la presentación, -sentada en una esquinita
de mi corazón, con los pies colgando de un remo de arterias y dejándote impulsar
por mis palpitaciones- siempre a la retaguardia de las impresiones, a pesar que
nunca te gustaba la exhibición pública, notaba ese orgullo de madre en la
atención de tu mirada, en la expresión de los ojos de tu alma, aquellos ojillos
que me hablaban y me pedían respuestas, y a cambio te daba unas caricias de
amor y sonrisas. Ese peregrinar de tu otoño, removiendo las hojas húmedas recién
caídas, apartando la hojarasca y separando los ocres del árbol leñoso y
frondoso que fuiste, encontraba perlas escondidas en las mismas lecturas que me
habías contado, al volverlas a repetir, verificaba nuevos detalles que me
alegraban tanto. – y es que la memoria es como el paisaje, cada vez que lo
escudriñes de nuevo, encontraras más detalles que lo hacen indescriptibles-.
Los
genes de tu bisabuelo el Sajorín mutaron en tu persona, reforzando tu sabiduría
y tus silencios. Recuerdas cuando decía que tenía que escribir estas memorias,
pero que lo haría desde mi niñez, desde lo más profundo de mi nostalgia, de los
cimientos de mi existencia consciente. Yo quería escribir las “Memorias del
despertar”, la conciencia a la vida, estoy vivo, por lo tanto, existo. -Como en
Hamlet, el eterno pensamiento de Shakespeare, ante la vida- Ser o no ser, esa
es la cuestión.
Cuando
hace ya más de un año decidí escribir el libro que nos recuerda quienes éramos,
te pregunté que tú serías el refuerzo de mi memoria, mientras hacíamos ejercicio
para mantenerla ocupada buscando recuerdos,-Constaté que habías incendiado
algunos archivos tortuosos de tu existencia, porque te hubieran destruido lentamente-
hoy me siento agradecido de haber tomado aquella decisión a tiempo, -entrabas en el bucle de borrarlo
todo y quedarte muda como la tía Agustina, cuando descubrió que las cosas este
mundo ya no le interesaban-, en mi obstinación por conseguir los objetivos, comencé
relatando los apartados más antiguos, nuestros antepasados, descubrir a través
de las pocas fotografías los detalles, para centrar la atención del recuerdo.
Volví
a San Francisco, al barrio artesano de mi infancia, que seguía intacto. Comencé
a descubrir cuantos barrios y pueblos de Telde habían dentro de esta ciudad-, detrás
de aquellas murallas blancas que encandilaban, tan gruesas y silenciosas- pero
el pasaje del altozano de San Francisco era el fuerte con el castillo del
cuento encantado. Me metí dentro del
cajón de madera otra vez, que me hizo mi padre, -para ayudarte en tus
quehaceres-, no acostumbraba a llorar mucho, salvo para hablarte y reclamar una
misera atención a mis necesidades. Pero yo no sabía que tú, una chiquilla con
dieciocho años, que le dieron cuerda de su reloj biológico para hacer: de hija,
hermana, nuera, mujer, esposa, madre y viuda tan niña, ahora sé, porqué San
Francisco nunca te gustó. Allí se quemaron las naves de tu juventud, un
episodio triste de tu vida, sin complacencia.
Estabas
tan llena de ilusiones y sueños, a veces te escucho cantar en mis pensamientos,
con melodías alegres de canciones de amor antiguas y siento una compensación en
mi nostalgia. Lo hacías a menudo, -soltabas ese canto de joven, que guardabas en
la nostalgia de los dias felices-, era una manera de liberar tu carga oprimida,
de aquella mujer valiente y honesta, que siempre fue mi madre.
Gracias
por regalarme el pensamiento, el recuerdo y la vida, seguiré charlando contigo,
porque se que llevas el libro en el corazón y te pasaste días abrazado a sus
páginas paseando, meditando las cosas del mundo y te lo llevabas a la cama
contigo, -Para aliviar tus sueños con poesía- era el tesoro del amor encapsulado.
Tus recuerdos serán inmortales querida mama, estas entre nosotros y te seguiré
descifrando mientras viva.
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