María Suarez Guerra, hermana de Manuel y Miguel -tía bisabuela- vivía en la cueva de la pepina, -hoy del tío Antonio- abajo cerca del barranco, justo en el camino real viejo que sube a la Gavia, barranquillo arriba que venía del pozo la pepina e higuera blanca, con varios ramales uno que subía al paredón y el que seguía para los picos y San Roque, pues en su recta final hasta la era de la Tosca, pasaba por la puerta de la cueva y se internaba entre cercados subiendo por debajo la casa Pepe el cubano
Allí vivieron cuando volvieron
del Lomo de Fontanales los abuelos, Pepe se había ido a cuba y le dejo el
recado a su padre Manuel, que se la ofreciera a Benita y Miguel hasta que
pudieran hacer una, se celebraron buenos bailes de Mechón y cuerdas, Allí Miguel
tuvo sus primeros pinitos con la cantina y comenzaron a nacer tíos; Rosa y Carmen,
y probablemente Antonio. Hasta que trabajaron la casa de la pepina, la ubicada
con la familia actual. Donde nació el resto de los hermanos que crecieron
rápido.
En la cueva de María Suarez,
años después el abuelo Miguel fundó su bodega y gratos recuerdos de cuento sucedieron
en ella. Pero vayamos al caso posterior.
Maria Suárez se quedó soltera
y los años la fueron degradando en conocimientos y soledad, hablaba disparates
sin coherencia, y todas los tíos y tías, le tenían los miedos de niños o jóvenes,
argumentados por los mayores con maldad, ante una locura sin explicación, la
abuela Benita con sus hijas, la atendieron en la recta final de su vida. Ella
le decía a mi madre –cuando aún estaba media cuerda- que era una saltarina, pues
de jovencita Carmensa siempre estaba alegre, cantando y era muy ligera de habilidad
física. Y le comentaba a la abuela Benita -su sobrina- que esa chiquilla está media
chiflada. Como las cabritas todo el día, dando brincos y cantando.
Una mañana Servando y Ramón pequeños,
aunque con diferencias, bajaron a llevarle de comer a la tía María por mandato
de su madre, y como niños aventureros fueron juntos para afrontar el reto de
enfrentarse a la “vieja chiflada” se la encontraron inerte en el catre, no
resoñaba y entre ellos se miraron sorprendidos y dijeron está muerta. Comenzaron
a llamarla Mariquita. Pero ella no respondía, No satisfechos con el resultado
de las llamadas, decidieron el método de la prueba del sacrificio pellizcarle,
tirarle de los dedos con fuerza a ver si había alguna señal o estaba difunta y
efectivamente, lo que recibieron fue un susto en forma de grito al resucitarla
de repente de un sueño profundo. Soltaron la comida y salieron corriendo como
niños traviesos que habían cometido algún delito inocente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario