La necesidad obliga y la
responsabilidad exige, pronto sus hermanos se enfrentaron a la vida con el amor
de hermanas y el recuerdo de padre. María siempre fue la madre consejera, la
facilidad para educar y arropar a los más pequeños la fue llamando a los
hábitos religiosos de amor a los demás. Se presentó a charlas espirituales en
los conventos de San Francisco -Telde- y allí encontró la iluminación y
resolvió el conflicto de vida en una entrega a los demás
Sus hermanos ya habían
encontrado el camino de su juventud y aunque Miguel era el más pequeño, supo
aconsejarle y darle el arropo desde su corazón familiar, el mismo que se le
rompió cuando le llamaron a filas a luchar al frente, y se presentó como una
madre enfurecida ante el poder de la Iglesia para recomendarle encarecidamente.
La plegaria y el rezo de un destino amparado. Que no lo enviaran al frente que
era un hermano huérfano de padres y su juventud no entendía de maldad.
Sabido es que las plegarias
llegaron y el destino de Miguel Ramirez en las milicias fue tan afortunado como
su gloria. Ordenanza de los altos mandos militares, por recomendación divina.
No había manga más poderosa, que la que resolvía el poder de la iglesia, María
debió de hacer un pacto con Dios de entregarse de por vida a la atención de los
niños y enfermos, era el precio de su plegaria, era el destierro de su destino,
supo encontrar en ese amor de entrega la compensación de la felicidad devuelta,
en forma de sonrisa, reconocimiento, amor de los demás.
Fue enviada a la isla de La
Palma al hospital de nuestra señora de las Nieves, un lugar donde solo llegaba
a golpear sus puertas; El desamparo, la enfermedad, la vejez y la infancia, y
el abandono. Allí hilvanó su entrega como madre trabajo y madre coraje. Con
madre amorosa y madre plegaria. El amor tiene muchas formas de expresión, pero
la más infinita es el de la entrega a los demás.
-Yo recuerdo a la tía Sor María Ramirez, ya
mayor, cuando venía a casa de los abuelos una vez al año una semana de
vacaciones y aquella mujer nos resultaba de una extraña virtud- Era conciencia y acción en años duros de
supervivencia, nunca le vi sonreír en familia, y el silencio y el hablar en
tono bajo, era una disciplina que me condenaba el pensamiento de rebeldía
juvenil. Todos le guardaban un respeto absoluto y extraño.
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