Extrañas
circunstancias se repiten y nos convertimos en agoreros del tiempo, leer el
paisaje que nos acompaña, día a día en la mirada, escuchar trinos y perros que
ladran, en el frío de la mañana, que a veces hace escarcha en noches claras. Todo
acontece y preconiza sobre un tablero natural, al que el gran jugador de la
partida es el tiempo.
A
través de la ventana he vuelto a contemplar que el alisio estuvo anoche de
visitas, que bajo de su cota natural, para irrumpir en el frescor ajeno que baja
a los valles o planicies esa lengua de nube que abraza puntualmente y tan solo
en el alba se mantiene dormitada como un edredón acolchado que cuelga por las
patas de la cama
Cuando
en sus andanzas nocturnas se pierde por los pueblos de medianías y costa, sabe
que no puede dormitar en esas cálidas orillas, salvo que su destino sea azucarillo
para el sol, algodón celestial que desaparece con los primeros rayos que lo
cazan y asesinan. Desintegrando sus acolchados moldes en vapor que se eleva
danzando rezagado su propio destino de victima ociosa
Y
en ese dormitar en la orilla dicen que susurra el sueño de las sirenas de otoño
que suben por los barrancos con las brisas marinas de la madrugada, se reúnen compartiendo
el camino para contarse los secretos del invierno que no va a venir, que se
volvió penco en su ciclo, ya la naturaleza, toma nota y actúa enfadada,
aprovechando el relente para ordeñar las mañanas. Otra vez la primavera se desespera
enviando señales a los guardianes del alisio; insectos y plagas. Que preparen
los cacharros para guardar el agua, que visiten los curanderos para las plantas
y las armas para la maleza que acecha y aprovecha, bancales sin esperanza
Fuerteventura
a lo lejos saca el periscopio del pico la Zarza, no es agua segura, no. Es
presagio de añoranzas.
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