Mirando al cielo con los ojos cerrados, lamenta y clama su transición, esperando que una luz infinita atrape y transporte su energía espiritual al otro lado, Ya no forma parte de este mundo y se ha puesto en la larga fila de la estación, allí espera día tras día el tren que debe llegar, se oye a lo lejos a veces, más fuerte y cerca, otras enmudecen su existencia sin indicios de chirriantes vagones, sus manos han soltado el equipaje, camina lenta observando los raíles, escudriñando los andenes, mirando al infinito, mientras una lluvia persistente y fina embadurna un paisaje de melancolía. No hace frío y su cuerpo semidesnudo y descalzo flota en un suspense de lamentos y reclamos. Ya no reprocha su existencia, oye voces que parecen ecos, son palabras cariñosas que golpea con afecto su conciencia, que le invita a sentarse, a relajarse a soltar la agonía de acelerar su destino. Aceptar una cucharada más de existencia. Pero ella se come el bocado de las prisas a duras penas y sigue caminando por la estación dormida ahora, sueña recoge del suelo unas flores amarillas y blancas -margaritas salvajes- y saltando en su niñez llama a su madre, mientras canta romances antiguos, con un puñado en la mano izquierda y una cascada de sueños que se mezclan con ilusiones, calvarios, penas y alegrías. Su madre la observa condescendiente y piensa en su niñez y en el espiritu libre que quedó atrapado en un tiempo que no era el suyo. Sonríe para sus adentros y le muestra labores para combinar con sus desplayes de caperucita.
Los murmullos la despiertan y sin abrir sus ojos sigue danzando sobre olas de una tempestad sin definir, la sacuden y emite de nuevo lamentos, como si estuviera amarrada al árbol de una vida que no quiso nunca, una vida de arresto y mandato, una vida de tristeza y desespero. Ella ha rezado en esta vida para salvar mil almas, viaja en las paredes de su memoria, con una palmatoria en triste llama, avanza reconociendo todos los muertos del pasado. Algunos siguen vivos después de morir, otros siguen muertos después de vivir y se mantienen aislados por sus miedos al desapego, otros caminan en círculos mirando ventanas altas que apenas dejan pasar la luz. Están atrapados en sus juicios esperando veredictos, pero están muertos, otros están en un estado etéreo sonriendo y flotan como listos para evaporarse o despegar a otra dimensión, ella sigue avanzando por los pasadizos de sus sueños y sigue descubriendo las penas de la existencia, como liberar esa carga. La lucidez se acerca y le aconseja. Debes dejar de velar a los muertos, de llorar su existencia, déjales en paz. De su pasado no se aprende, más que sus destellos de amor. Su mente medita en blanco y piensa en la curiosidad de los laberintos, una sonrisa le relaja las pesadillas. Escucha el rubor de olas que plácidamente se desbordan corriendo por la arena, mientras la luz del sol brilla en el espejo de su alfombra y ahora mira a sus pies como la huella de sus pasos se hunde en la arena, mientras el agua le hace cosquillas de rebosos…
Se oye un fuerte pitido en la estación a lo lejos y la algarabía de las partidas, entonces corre con la angustia y el desespero de no llegar al peaje, gritando esperen, esperen… Pero el tren gira de nuevo lentamente echando un humo blanco que vuela y disuelve las vías, se ha vuelto a escapar… La estación está desierta, llora y llama a su madre de nuevo. entonces se sienta en el andén y se pone a tirar piedras contra las vías metálicas, golpea el metal y suena a campanas, recuerda la misa y corre a buscar el traje de encajes con florecillas de borbotones y se mira en el espejo de un charco de agua. Se siente coqueta y busca los pinceles del decoro para presentarse delante su madre como regalo de voluntad, corriendo por las veredas, tropieza y sangran sus rodillas, llora y lamenta la mala hora, la mala suerte, la mala dicha, la maldita existencia de sus enredos. El tren vuelve a escucharse entrando en la estación, pero ahora está lejos y sus lágrimas y cojera no la dejan correr a su encuentro. El recuerdo de sus padres se acerca, le sonríen y la consuelan.
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