Ya estaban en mi vida, cuando llegue al barrio, las sentía zumbar por la carretera, como las moscas danzando una comilona. Intento ubicar la primera imagen de las dos ruedas se me hace borroso y ruidoso. Las conocía y tambien a sus felices propietarios, sabía quién era habilidoso para maniobrar y quien más torpe. Analizábamos desde el minuto cero, las primeras emociones que nos transmitían las motos. Marcas de pequeña cilindrada, que invadían el espacio abierto del campo y era el ruido la primera señal de alarma, escuchamos su llegada y advertíamos su paso sin entusiasmo, era un bien necesario, un salva kilómetros laborales, con aquellas maravillas llamadas ciclomotores, que para nosotros eran motos, directamente -por supuesto con dos o tres años de edad, un ciclomotor era bastante grande- y subrayo, la evolución. Marcas que, dependiendo la fama, se recomendaban más o menos, el caso significativo de las nacionales e italianas. -vespas- La moto casera, la herramienta familiar del padre o el abuelo. Luego las marcas emergentes, que usaban reclamos publicitarios para exhibir su condición de favorita, como Derbi -campeona del mundo- cuantos miles de pequeñas antorchas vendió la fábrica de los derivados de bicicleta. Fue una auténtica revolución motorizar este país de pobres obreros. De salvar las distancias, resolver el trabajo y desencadenar las pasiones de la juventud, amor, escapadas, amigos y vuelta al curro.
Luego estaban las que llamamos señoriales o antiguas inglesas, casi todas eran negras, tristes y elegantes si… Pero esta palabra aún no la conocíamos para añadirla en este recuerdo. Lo que más me llamó la atención era el cambio del sonido del escape, hasta que aprendimos a ponerles cilindrada y motorizaciones, claro, aquello de los dos y cuatro tiempos, primera ecuación resolver con el oído y separación de formatos para identificar. Es verdad que la mayoría emergente eran de la industria nacional. Bien por el fenómeno de Nieto, o bien porque eran baratas y se conseguían fáciles con unos ahorrillos. Es verdad que el periodo que va desde el año 1970 a 1990 fue una pasada de ventas y ciclomotores y motos de verdad. Sin comparativa en su franja de explosión social. Aparecían marcas y modelos que levantaban pasiones a mansalva, Y el casco en el codo para no perder la imagen retro de la moda yeyé, es verdad que no morían tantos, o uno no se enteraba, pero aquello del casco, -por velocidad- fue el primer atributo recomendado de la invasión nipona, luego pensamos en la seguridad, pero eso fue más tarde, cuando Paco Costas, nos empezó a sensibilizar nuestras molleras con las ostias del Jaguar en aquel pedrusco con moviolaAl lado de la casa de mis padres, estaba la cueva de las motos, un garaje comunitario hecho a mano de picareta en la roca, y en cuyo interior dormían unas cuantas joyas del ayer, recuerdo el bastidor de palos de pitones y la puerta era de chapa de bidones metálicos cortados, con unas alcayatas y un candado cerraban la propiedad, por entre las ranuras de los bastidores de la entrada, podíamos observar las motos dormidas y aquel olor a dos tiempos enriquecido de aceites minerales y mezclas, frecuentamos el garaje varias veces al día, sobre todo en cuanto el silencio de las sobremesas y el tedio de las siestas, nos dejaban indagar sin ser observados, Dos Bultaco Tralla 101 y Mercurio 150, una MKII agricultura y una Impala, luego aparecieron Garelli y algún derbi, amén de la sagrada Francis Barnett. Aquello era un punto de encuentro de niños aventureros de la vida, que mirábamos aquellos otros señores, padres de amigos, sacar sus motos, engrasar cadenas, pasarle el trapo. Y en el silencio desciframos los códigos de mayores y algunos más curiosos que otro las conversaciones sobre las monturas y sus experiencias.
Yo sufrí las consecuencias de la curiosidad por las motos, cuando al escuchar el sonido de la MV Agusta GT 175 de Antoñito Sánchez, -que bajaba por la pista de tierra, para el paseo dominical con su señora sentada lateral detrás- salí corriendo de la puerta de la casa del abuelo que daba a la calle y me atropello, después de derrapar, con el consiguiente disgusto para ambas familias. No me detallaron las heridas graves o menos graves que me produjo, era muy pequeñín aún, -cuatro años-. Sirvió esa secuela para marcar mi destino de la pasión por las motos. No lo sé. Seguro que algo tuvo que ver en la suma de aquellas emociones de infancia, por descubrir los ruidos y las dos ruedas. considero que, en aquel mundo de pequeños placeres, escuchar las motos e imaginar poder llevarlas nos cultivó nuestros primeros sueños de infancia y han viajado con nosotros al futuro, que ahora contamos con motos nuevas de armaduras plastificadas, diseños evocadores y tecnología de vanguardia. aviones supersónicos. Parecemos Jinetes del apocalipsis, embutidos en trajes espaciales a prueba de limadas, aunque se sigan matando el triple de motoristas y los chips de conciencia no sigan preparados para entender los riesgos actuales.
En otro pasaje de inconsciente juventud, me di una galleta de la que todavía tengo secuelas emocionales. Intentando aprender hacer caballitos con la Puch Mini Cross. Me pase de levantada y aterrizaje forzoso en el ardiente asfalto de gravilla y sol de mediodía de agosto. Tremenda limada por todo el cuerpo y magnifica lección de motorista
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