Primero
avanza extravagante, inerte, con una magistral sensualidad agarrando espacios y
soltando su asfixia tenebrosa de poder, avanza como una serpiente herida y hambrienta,
con el silencio como escuadrón disciplinado, avanza y borra el paisaje, una
pizarra muerta blanca va quedando bajo el traje de novia, con la que se ha disfrazado,
y su poder se llama nada, todo a quedado en nada, una nada envuelta en sabanas
blancas de acolchados terrones de azúcar gasificada.
El
aviso no se hizo esperar, el paisaje quedó fantasma, exhibiendo sus siluetas
apenas visibles en la cercanía, la humedad enfrío el aire y comenzó un llanto
fino y perenne a colarse en el ambiente dormido, aletargado, invadido por esta
faz de cortinillas de aire contaminado de tintes blancos que invade a destajo,
que calcifica la mirada y deja un rastro invisible de antojo otoñal. Las
plantas aplaudieron, las tierras buscaron el mejor asiento ante el espectáculo
natural de una invasión aérea sobre sus secas pieles curtidas, todos cerraron
filas ante el acontecimiento, y lloraron en compañía el suceso, lágrimas que escurrían
los troncos, los tallos y las hojas, era una avanzadilla de un otoño esperado,
los caprichos del aire viciado de ternura, el ejército de salvación y
renovación de la fe, en la tierra madre, el cuarto elemento y su poder de seducción.
Ahora
llueve tiernamente, polvo de agua; pero el manto blanco avalan su intención de
refrescar el paisaje, de sellar el pacto de una bendición natural, la alegría
colectiva acude a la mirada de un paisaje que se sacude de las tinieblas,
alegre de la esperanza de ser atrapados por la pasión de la borrasca, es
brillante la luz se oculta tras la cortina blanca, no quiere interrumpir la
tregua del llanto, la intención del sueño otoñal y da paso a la gloriosa calma
de la parsimonia por imposición del paisaje aletargado de sueños y melancolías.
Ahora
recuerdo, esta sensación de regocijo, son vagos episodios de niñez, descalzo,
jugando con el agua de las escorrentías, mientras el frío, quería ser amigo y
se dejaba acariciar sin molestias, ni abrigos. Recuerdo los caracoles y su
abundancia, de pronto, todos aparecían como llamados a una manifestación de
trabajo, una zafra de babosas cubriendo todas las paredes y rincones, antenas
detectando su espacio y tiempo de revelación.
Ahora
recuerdo el cobijo acorazado del hogar, el asilo dormido de la manta, el sueño
del letargo sanador, la melancolía de pasajes olvidados, todo tiene memoria,
todo se fragua en silencio, es el poder de la niebla, del fantasma de los
recuerdos escondidos en la reminiscencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario