El registro de la toponimia de los rincones del paisaje de Valsequillo acaba manifestando encuentros, sucesos cotidianos o elementos naturales que destacan en su hábitat. Desde siempre nos llaman poderosamente la atención estos sitios que, con el tiempo, van perdiendo su identidad por falta de comunicación y uso; la mayoría de las veces, por la desaparición de quienes usaron su nombre para señalar el lugar en cuestión.
Para
quienes gustan del descubrimiento —la aventura del saber o la curiosidad de
descubrir—, añadimos ese catálogo de nombres a una lista de la memoria, que
supone además una garantía: preservar aquello que el olvido constante trata de
borrar con su poder silencioso.
Arriba,
en las cumbres de Botija —la cadena montañosa que muere en altura y desciende
hacia el sur—, se encuentra un lugar mágico, un balcón impresionante que actúa
como frontera natural con el vecino municipio de Telde. El pinar de
Valsequillo, muy frecuentado en el pasado por la actividad ganadera y agrícola,
es hoy apenas un lugar de paso, atravesado por una cochambrosa pista de tierra
que zigzaguea remontando desde Las Haciendas por el viejo camino sur de la
cumbre.
El
Piquillo, Cañada Las Mimbreras y la Mesa de Los Alfaques componen la capital de
altura de este espacio valsequillero. Antiguamente, fue lugar de siembras y
ganado en abundancia, ocupando el Cercado Viejo, Las Mimbreras y la Cañada
Botija. Desde que, en 1954, don Emilio Fillol, a través del Cabildo de Gran
Canaria —siendo presidente don Matías Marrero—, decidió la plantación del pinar
en estas montañas peladas que peinaban con viento los pastos, se creó el
microclima perfecto de la cuenca de Valsequillo, donde cobijar en el futuro las
nubes como una red natural, gracias al fenómeno del alisio.
Los
años han pasado, y estas cumbres, ahora frondosas de bosque y silenciosas,
cobijaron plantaciones y montes abundantes para el ganado trashumante. Para
acceder al lugar, existen cuatro caminos bien definidos desde los barrios. Paso
de los arrieros y lecheros, agricultores de altura que recolectaban grano y
atendían su ganado. Algunos pasaban meses arriba, sin bajar al pueblo.
Está
el camino de la cumbre más al sur, que sube por Las Haciendas y se entrelaza
con la actual pista de tierra; el camino de Las Retamas o Retamilla, que
asciende por Casas Blancas; el camino de Los Espigones, que se bifurca en Casas
Blancas hacia la derecha, en dirección al Paso de la Mula; y el camino de Los
Alfaques, que subía a la mesa desde la zona alta del pago de Tenteniguada.
El
Paso de la Mula siempre ha sido un lugar mágico en la altura. Allí, entre los
andenes de pinares que cuelgan de este palco natural, avanza el camino por el
precipicio, aferrado al andén como un paso histórico de balconada. Recorriendo
con la mirada la cuenca del municipio, en medio del risco uno queda atrapado
por la majestuosidad de la montaña. El murmullo del viento y una melodía de
bosque olvidado ofrecen sombras y nubes abundantes a partir del otoño.
Allí,
los arrieros y pastores charlaron de la aldea de Valsequillo en el pasado. Los
guirres y cernícalos marcaron su territorio de altura y paz.

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