Aún anonadados en
la caverna de la observación —espectadores más que actores—, sentimos agitarse
en nosotros esa cansina sensación de “más de lo mismo”: atascos
administrativos, falta de lucidez e ideas, compromisos latentes, proyectos sin
definir; falta de ética y exceso de complacencia. Pan y circo para el pueblo,
dicen los antiguos. En el lenguaje del barrio, significa estar pegados al
sillón del poder, con el pasaporte sellado hacia el pelotón de fusilamiento.
Sin embargo, se
respiran corrientes de cambio. Se escucha la voz de los otros, el eco que
sacude los barrancos. Primero en las sombras, en murmullos de esquina; luego,
en la recomposición de los viejos sistemas de defensa democrática. Todo
comienza con el poder de la palabra: la iniciativa, la denuncia, los medios. La
tertulia, suma de pensamiento y acción; la cultura, motor de diversidad y
excelencia; el deporte, impulso de juventud, aspiraciones y retos.
Valsequillo tiene poder y deber. Tiene una tesis y una reflexión: la responsabilidad de generar el cambio. Desde la pluralidad gentilicia, desde la juventud emergente —preparada y digna de asumir los retos—, debe abrirse paso, un nuevo tiempo. Los viejos valores y formas de gestión han de ceder el paso a las virtudes frescas y las acciones honestas. Somos un pueblo de medianías, habituado a la generosidad y el talante. Pero hipotecar nuestro futuro en el juego del favoritismo y el compadreo es dilapidar las oportunidades de un pueblo más digno.
Cuando compartimos
tertulia con la gente mayor, comprendemos cuánto hemos retrocedido hacia la
caverna. La sabiduría de nuestros padres y abuelos mantiene viva la memoria y
sostiene la reflexión. Ellos, observan con temor esta pérdida de ética y la
chapuza de las soluciones esporádicas. Cuando el sentido común se contamina con
el sistema, hay que aplicar diagnóstico y terapia: no dejar que las células
extiendan el cáncer de la piel, ni seguir golpeando a la gallina hasta verla
morir, desplumada y cacareando entre tuneras.
Cuando algo está
pasando en Valsequillo —puede que se malinterprete—, la mirada externa suele
reducirlo a la disputa por el palo mayor. Pero la denuncia debe ser compañera
de la verdad; la paz, fruto de la razón; y la libertad de expresión, el aire
del pueblo que piensa su destino. No debemos olvidar el empanche ni la
caducidad de los gobernantes.
Si mi pueblo
amanece limpio y sencillo, verde y brillante, mis argumentos hallarán el alivio
de la gratitud. Y si el pueblo se manifiesta en el colectivo de sus ideales,
bajo la bandera de los valores, el alivio se transformará en la fuerza de la
iniciativa popular: esa que enmienda el pasotismo y se alza contra el desorden.
El despertador
sacude un nuevo amanecer, liberando el sueño que nos mantenía en el limbo
mental de la utopía. Estas somnolencias acuden cada vez más a mi descanso...
Será que algo está pasando en Valsequillo. Pienso, y luego insisto. Lo cierto
es que todos escuchan, todos opinan su verdad. Cada vez se conspira menos, y se
conversa más. Algo mejor se está gestando
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