jueves, 9 de octubre de 2025

Algo está pasando en Valsequillo


Estos tiempos confusos que atravesamos en las medianías son reflejos del pasado, calcos de una historia que insiste: los que gobiernan a su antojo y los que resisten los despojos. Es como si ya hubiéramos vivido este mismo hartazgo en otras vidas, un bucle que repite su formato y sacude, una vez más, la génesis de la revolución social.

Aún anonadados en la caverna de la observación —espectadores más que actores—, sentimos agitarse en nosotros esa cansina sensación de “más de lo mismo”: atascos administrativos, falta de lucidez e ideas, compromisos latentes, proyectos sin definir; falta de ética y exceso de complacencia. Pan y circo para el pueblo, dicen los antiguos. En el lenguaje del barrio, significa estar pegados al sillón del poder, con el pasaporte sellado hacia el pelotón de fusilamiento.

Sin embargo, se respiran corrientes de cambio. Se escucha la voz de los otros, el eco que sacude los barrancos. Primero en las sombras, en murmullos de esquina; luego, en la recomposición de los viejos sistemas de defensa democrática. Todo comienza con el poder de la palabra: la iniciativa, la denuncia, los medios. La tertulia, suma de pensamiento y acción; la cultura, motor de diversidad y excelencia; el deporte, impulso de juventud, aspiraciones y retos.

Valsequillo tiene poder y deber. Tiene una tesis y una reflexión: la responsabilidad de generar el cambio. Desde la pluralidad gentilicia, desde la juventud emergente —preparada y digna de asumir los retos—, debe abrirse paso, un nuevo tiempo. Los viejos valores y formas de gestión han de ceder el paso a las virtudes frescas y las acciones honestas. Somos un pueblo de medianías, habituado a la generosidad y el talante. Pero hipotecar nuestro futuro en el juego del favoritismo y el compadreo es dilapidar las oportunidades de un pueblo más digno.

Cuando compartimos tertulia con la gente mayor, comprendemos cuánto hemos retrocedido hacia la caverna. La sabiduría de nuestros padres y abuelos mantiene viva la memoria y sostiene la reflexión. Ellos, observan con temor esta pérdida de ética y la chapuza de las soluciones esporádicas. Cuando el sentido común se contamina con el sistema, hay que aplicar diagnóstico y terapia: no dejar que las células extiendan el cáncer de la piel, ni seguir golpeando a la gallina hasta verla morir, desplumada y cacareando entre tuneras.

Cuando algo está pasando en Valsequillo —puede que se malinterprete—, la mirada externa suele reducirlo a la disputa por el palo mayor. Pero la denuncia debe ser compañera de la verdad; la paz, fruto de la razón; y la libertad de expresión, el aire del pueblo que piensa su destino. No debemos olvidar el empanche ni la caducidad de los gobernantes.

Si mi pueblo amanece limpio y sencillo, verde y brillante, mis argumentos hallarán el alivio de la gratitud. Y si el pueblo se manifiesta en el colectivo de sus ideales, bajo la bandera de los valores, el alivio se transformará en la fuerza de la iniciativa popular: esa que enmienda el pasotismo y se alza contra el desorden.

El despertador sacude un nuevo amanecer, liberando el sueño que nos mantenía en el limbo mental de la utopía. Estas somnolencias acuden cada vez más a mi descanso... Será que algo está pasando en Valsequillo. Pienso, y luego insisto. Lo cierto es que todos escuchan, todos opinan su verdad. Cada vez se conspira menos, y se conversa más. Algo mejor se está gestando

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