Mientras
la memoria indaga en los archivos y la respuesta llega en forma de
reminiscencia de reserva —como una noticia convertida en cuento o un suceso
transformado en fábula— los clasifico como la crianza de los recuerdos: un
filtro temporal donde el pasado reposa para que el tiempo le quite las
asperezas y lo convierta en pasaje o en relato clásico.
Me
encanta esta parte del proceso, cuando las cosas se manifiestan con la calidez
de una memoria llena de imágenes y películas. Repasamos en cámara lenta,
filtramos, eliminamos los espacios muertos y los comentarios vanos;
enriquecemos los colores, iluminamos los contrastes y reescribimos un nuevo
guion —atractivo, tierno, romántico— con una cadencia que invita a la lectura
sencilla.
Un
mensaje encriptado de verdad, decorado con el jardín de las palabras bonitas,
donde la poesía se acerca a la prosa elaborada de emociones y detalles que
enhebran recuerdos, reacciones y conversaciones. Allí, el paisaje se vuelve
bucólico y traspasa la imaginación, haciendo florecer los recuerdos: un
sortilegio de palabras labradas para el entretenimiento del alma.
Mirar
hacia esos adentros mentales, en cualquier pasaje de la vida, obliga a
convertir el archivo interior: extraer el resumen de la vivencia, redecorar los
espacios vacíos, resumir y condensar el contenido para darle fuerza. Es el
ejercicio de usar las palabras precisas y estructurar de nuevo el reto de la
creación literaria, como un albedrío nacido de una inspiración entrenada para
improvisar.
Es
la insistencia de la luz la que cambia la manera de ver el paisaje; los
contrastes se duplican según la exposición de la mirada. Un Monet de pinceles
finos y mente iluminada, una imaginación llena de paletas de colores:
desbordada, lúcida, viva.
Un canal que permite el desagüe de la convicción narrativa, que no necesita
guía ni temario; solo libertad creativa, para adormecer, clarificar, enredar y
jugar con las letras. Letras que despiertan el entusiasmo del jeroglífico
literario y buscan un nuevo amanecer.
En
las tesis infinitas del vocabulario habita el bruto de las conspiraciones
escritas: la habilidad de usar criterios y artimañas, siempre que cumplan los
beneplácitos de la intención. que llevan a alguna parte, como un tren
encarrilado en vías infinitas; en el trayecto contemplamos paisajes,
descubrimos realidades paralelas que elevan, sacuden el pensamiento y limitan
el lance del objetivo; una perla de conchas prehistóricas, dormidas y
relucientes, en exhibición de corrientes marinas esporádicas y reveladas.
Soltar
las riendas no necesita guion; apuntar intenciones solo requiere motivación y pericia.
Esta exposición agudiza el ingenio como práctica de ensayo, como alegoría
lectora cargada de intensidad narrativa y prosaica. Es el escaparate del placer
de las lecturas, el juego de las letras que se encarrilan en frases elaboradas
por el pensamiento.
Luego
de la intensidad, sentí regocijo en el alma y orgullo en el pensamiento: Razones
para querer y poder, para jugar y conjugar las emanaciones de una escuela de
autores anónimos, héroes de un destino implacable con lo vivido

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