Luz en las tinieblas, emoción
en el despertar, sonrisa en la bohemia, alegría en la soledad.
Aquella niña era activa y
observadora, era golosina de cariño, un amor reluciente de curiosidad y en sus
gateos el descubrimiento palmo a palmo de su mundo infantil, la encontrábamos dormida
debajo del sillón pintando cuadernos. O se colaba en nuestro regazo buscando el
calor de sus padres. Como un gatito premeditado. Como un cojín de suavidad.
María nació pequeña, que en una sola mano la mantenía acostada como la imagen
de un niño Jesús. Peso tan poco y era tan pizco, que parecía que se iba a
romper al cogerla. Pero en su despertar había vida y esperanza. Había mucho amor
por regalar. Y pronto su sonrisa y sus pequeñas travesuras nos devolvió el milagro
de su historia.
María, cuantas estrellas te
acompañan, cuanta luz prorrumpes natural. Eres el regalo de amor que nos
conforta en la eternidad, la razón del amor de Dios.
Felicidades cielo. Aquel 17
de julio de 1996, una estrella de amor pintó la galaxia con tu nombre y su luz
recorre el espacio infinito regalando amor y paz.
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