Otoño, es al árbol caduco, redención
y muerte, final de un ciclo de vida. Purificación y antesala del renacimiento,
un fénix natural que expira y resurge de sus raíces ancladas. El arcángel San
Miguel, se lució anoche en la vigilia al reconocimiento de sus paisanos, bajo el
portón de su iglesia, descodificó la voluntad de los que han luchado con
poderes por la buena salud democrática de su pueblo y, lució en la tabla de la
salvación, las diferencias generacionales de sus gobernantes. En esta vigilia política,
no faltó voluntad, ni sobró desparpajo. Más bien salió la memoria en favor de
las verdades de un pueblo, una especie de crónicas que ya se han contado y a
las que se le atribuye el romanticismo de quienes por voluntad y dedicación, han
consagrado sus mejores argumentos de gobierno. No se entró en detalles de
servidumbre, más bien en el piropo de casa, para un pueblo siempre agradecido y
maltratado.
Valsequillo de Gran Canaria,
siempre en el candelero de su fiesta grande. El santo de la profecía demanda, la
lucha contra la maldad y mantener a raya el avance de las decadencias. Valga
para la profesión de la vida política local, llena de matices y rasguños. Pero no fue su distópica forma de exaltación,
quien adivinó el bien representado, fueron las herramientas de seducción para
podar malezas, quien haciendo uso debido en tiempos de poda, aplicó la terapia
de separar la paja de la avena. Dar al César lo que fue del César y al pueblo
lo que merece el pueblo. Cuando el primer alcalde de la democracia, -D. Manuel Sánchez-
recordó, la primera reivindicación de un barrio, San Roque, aludiendo al problema
de agua y luz para la vecindad como un mal endémico de primer orden y solución,
nos hirió la conciencia en el paralelismo actual, de aquella vergüenza ajena y pedigüeña
actitud de penitencia por la osadía de tal encomienda. Cincuenta años después,
no solo un barrio sino todo un pueblo, sigue condenado a la cadena perpetua de reclamar
sus recursos y mendigar sus necesidades.
Y el palomar de los árboles
de la plaza, manchó las corbatas y trajes de algunos y arrancó los aplausos de
otros. En el tono fraternal de la vecindad aparecieron y se escenificaron
aprecios de orgullo, empatías de reconocimiento y esfuerzos de estar a la
altura del acontecimiento. El Valsequillo que huele a fresas, que aromatiza almendras,
que subleva a pólvora, que anestesia con fiestas, que congrega a paisanos, que
conlleva el suspenso de sus actuaciones políticas, que hiere la democracia, que
sana con parches de esparadrapo, que exalta al perro maldito, revitaliza en sus
fiestas sus decadencias sociales.
Ese lugar, sigue siendo una
crónica de pueblo, sigue demandando transparencia y gestión, sigue empuñando la
voluntad de vivir en un paraíso maltratado. Sigue riendo la ira y murmurando
las penas. Porque demócratas y agradecidos nunca estarán convencidos. Esperamos
una vez más, que en la rehabilitación del arcángel San Miguel, junto a los cinco
magníficos de Dios, obre algún milagrillo, aunque sea en la unidad de su pueblo
para respetar y venerar sus fiestas.
Y valga aquello de que nunca
es tarde, si la dicha es buena… Tiren
los voladores del éxito del reconocimiento público, a los labradores y
artesanos de la democracia del pueblo, que de aquellos contextos siempre quedara
su liberación y conciencia.