Lo
volveré a comentar en estas memorias del sueño, en estas hebras de la vida de
mis abuelos, ubicarse en aquel tiempo triste, desangelado, pobre, hambruna de
una vida dura en cada despertar, por que el sueño era el único regalo del día y
de la noche. El sueño de los pobres era el regalo de Dios, el equilibrio de la supervivencia,
cuando el hambre dormía, la belleza de la sensación sacaba los pinceles del
deseo para pintar en los cuadros de la imaginación, siendo todos pedacitos de
ternura de sueños.
Benita
Suarez, aquella mañana se levantó temprano, hizo el apego de su virtud,
razonando su existencia, sus padres, sus hermanos, aunque domingo el más pequeño,
que nunca quiso largarse a cuba y se quedó con las decadencias del macho que guía
la vida y las tradiciones de sus hermanas, Carmen, Jesús, Benita. En aquel
escenario al que nuestra imaginación nunca podrá llegar, por el desconcierto,
sin embargo, la emoción del cuento -medio real- ayuda al entendimiento como extra
de otra virtud, la de la imaginación de los aconteceres contados, por unos y
otros.
Bajar
a la Pepina, al pozo a por agua. Aunque los tiempos eran cálidos, la traída del
agua era “el pan nuestro de cada tercer día” Con los cacharros en la cabeza con
ruedo, la vida era lenta y permisible, era primaria y necesaria, un apéndice de
apenas deseos prohibidos, es verdad que se conocían las flores silvestres, sus
nombres, sus aromas, su esencia. Las medicinales, su textura, sus ramas, sus sabores,
sus remedios, el cobijo de su existencia rural, era la escuela de la vida, del
día a día, los lagartos un reptil que mantuvo su supervivencia, gracias al asco
que les produce a los humanos, ahí cogiendo sol de regalo y comiendo tanta
abundancia para su reproducción, que nadie osó erradicarlos, porque eran
animales de dios.
Benita
suspiró, miró al mar y pensó en sus mandados, creyó que el día estaba próximo.
Y supuso por intuición femenina, que Miguel por su naturaleza ávida es capaz de
sorprenderme. Ya sabía, ya, que el desenlace de las contiendas bélicas estaba liquidado
por las noticias que corría como la pólvora, que él sobrevivió y que tan solo
la palabra de un hombre cuando ama a una mujer es capaz de iluminar las
estrellas en los días oscuros. Lo otro, es naturaleza de Dios.
El
camino del pozo, siempre supuso en las reflexiones de los andantes, el pasillo
del pensamiento. Los arrieros a sus labores, los labradores a sus tierras, los
jornaleros a sus precarios trabajos, los aires a sus caricias, la luz a su oscuridad.
Entonces adivinó en el rancho que andaba por el camino de la umbría que el sol iluminaba
diferente, su corazón palpitó como un Vals de las mariposas, de repente agilizó
su andar, intentó controlar sus palpitaciones y sonrió hacia sus adentros.
Benita tenía la virtud cultivada de controlar sus emociones, ni frío, ni calor,
ni oscuro, ni claro. Y lo más imponente de esta mujer lo adivinó su nieto 60 años
después -este que suscribe- Los trapos sucios le sacaba resplandor en casa, ni
las moscas se enteraban de su elegancia maternal y marital. Que grande esta
abuela, por Dios. Hoy, ahora mientras escribo estas memorias inventadas, miro a
la pared de mi casa y ella a través de una foto enmarcada en su honor, una foto
robada, me sonríe con la discreción de la Gioconda.