Después del final de la guerra civil, la vuelta a Canarias de los que defendieron el honor de la contienda. Era una cantinela de sueños e ilusiones, el color de la vida se materializaba con las causas mas generosas y elocuentes. El abuelo Miguel Ramirez, sabedor cualificado de las experiencias de la vida, al tomar la fortuna del conocimiento planificó su destino donde lo había dejado antes de la partida. Vuelvo me casaré con Benita y fundaremos una familia. La tengo que rescatar e irnos más allá de las fronteras de la Pepina, irnos a Las Palmas, allí hay más oportunidades de sobrevivir, podría trabajar en alguna empresa inglesa de exportadores, dicen que el muelle de la Luz, hay mucho ajetreo y es fácil encontrar trabajo, siempre podré montar mi propio negocio en el mercado. Todos estos pensamientos volaban libres y buscando respuestas en la mente de aquel joven que volvía de la guerra, y que después de encontrar a Benita y consolidar su sueño, llegó a la capital de Las Palmas, A Guanarteme encontrando parte de lo que proyectaba, es verdad que la juventud mueve el mundo, tan cargado de ilusiones, pero aquel pensamiento activo, se le unió el pasivo de los pies en la tierra, la cordura de una mujer que sufría por dentro para aguantar los avatares de la vida. Por ello le pidió a Miguel un nuevo destino, su vida rural, no le permitía conectar con la felicidad de sentir cerca el mar.
San Fernando de Moya, los Tilos y el Bosque Doramas, atrapó aquella mujer que quedó prendada de tanta belleza natural, Abajo el barranco La Virgen, el verdor perenne de las montañas, enamoro la suerte de su estancia pasajera, era la continuidad de una luna de miel deseada. Miguel trabajó en la apertura de las carreteras, en la construcción de las nuevas comunicaciones, las conexiones entre los pueblos del interior se aceleraban con los presupuestos que llegaban del estado, que comenzaba a invertir en sueños y sudor la reconstrucción del país del caudillo.
Por
ello la necesidad no entendía de hogar, era una trashumancia continua de cubrir
los espacios temporales de las demandas. Aquel domingo en el patio de la casa,
bajo una latada de parras de hojas verdes y una luz tenue que calmaba el alma y
clarividencia la razón, Benita sentada al regazo de Miguel, le hizo un balance
de su vida, de sus sueños, de sus razones que no eran otras que desandar la aventura,
buscar un lugar cercano a la gran familia, sus padres ya estaban mayores, la
necesidad y la responsabilidad de los hijos, pasa por velar el bienestar familiar
y el cuidado. Y mientras los últimos rayos del sol acariciaban la tarde con la
dulzura del cuento, los eucaliptos silbaban junto a las aves, amenizando la tertulia,
una charla de bondad y razón, pues las razones de la abuela eran tan poderosas
que el silencio y la dulzura serena de sus palabras aliviaban el entendimiento.
Además, con una sonrisa cómplice de algún regalo inesperado, remataba la faena,
con un vamos a tener un hijo y quiero tener a mano la comunidad y la familia,
para que me ayuden.
A
Miguel se le saltaron las lágrimas, nunca había visto mujer más hermosa por
dentro y por fuera, era un ángel que juega aleteando esperanzas continuas, que “No
da puntadas sin hilos dorados” que organiza, planifica y transmite generosidad
e ilusión con fuerza, cuanto amor en aquella muchacha, que el destino y la
suerte le reservó para construir el futuro. Miguel apuntilló que podía buscarse
la vida en Las Palmas en el mercado, que tenía contactos, que podía trabajar
toda la semana y volver a casa el finde semana, con lo ganado, además siempre
habían actuado de forma lógica según los tiempos.
Y
en aquellos presagios y buenas maneras se fue edificando su mundo, además mi
hermano Pepe, le dijo a mi padre antes de marcharse para cuba, que la cueva de
la Pepina la podíamos usar para criar a nuestros hijos, hasta que las cosas
mejoraran y pudiéramos hacer nuestra propia casa. Es curioso pensar como el tiempo
gira a la velocidad del pensamiento, para ir acoplándose a los sucesos del
destino. Manuel Suárez y María Pérez se alegraron nuevamente de recibir a sus hijos.
Púes tras la partida de los que emigraron a cuba, se quedó la casa vacía, tan
solo Domingo era el joven que no soltó el amarre de los padres y allí se quedó
para vigilar los tunos y atender las tierras, Carmen Suárez, ya iba por el
segundo hijo, Había nacido Carmen y Juan, llamados así por sus progenitores, el
regreso de Miguel y Benita propició una fortaleza a la familia un refuerzo, pues
Benita era mujer de casa y atenciones a los suyos, cotejaba con habilidad y
hacía armoniosa la estancia de todos.
Una
tarde de patio y tertulia, Miguel le contó que las cosas marchaban algo mejor
en las Palmas, que donde había mucha gente, había muchas oportunidades y poco a
poco iba ganando aquellas perrillas que le entregaba con fidelidad a Benita. Lo
que nunca le dijo y ella lo intuía con ese profundo poder femenino, eran los
detalles de los beneficios, los juegos de barajas, algunas apuestas en las
noches de solera en la capital, con sus amigos. Miguel era hombre recatado en
sus actuaciones como buen soldado en él frente se ganó la confianza de los
mandos a base de fidelizar el silencio y su armonía consistía en no sacar las
cosas de contexto para que reinara siempre la paz. Cuando nazca el chiquillo o
la chiquilla ¿Qué te parece si es macho llamarlo Antonio, como mi padre? el
murió joven y era bueno, pero si es hembra quiero regalarle el nombre de Rosita
la abuela, que era un primor como tú, le decía a Benita, mientras esperaba de ella
la confirmación que consistía en una mirada de bondad y un guiño a la tolerancia
de la galantería
Rosa
nació niña linda y fuerte, era orgullo de los Ramirez Suárez y tubo la suerte
de ser la primera niña que bautizaron en la Iglesia de San Roque como así rezan
los libros de las partidas de nacimiento católicas. Todo eran parabienes y el
valle de San Roque siempre se encontró en el camino de la unión de su romance,
con Benita, allí fue donde tuvieron el flechazo en el baile, cuando el era tocador
de bandurria y Benita acudió con Paca Verde y la hermana Carmen que pronto se
casó con Juan Morales
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