Probablemente
ese consuelo, es mirar al mar o al cielo buscando respuestas, por que han de
venir de ahí. Benita llevaba días impaciente, con un anhelo especial en
realidad conocía aquella frecuencia eran las palpitaciones del amor. La gente
hablaba de que la guerra había terminado, que había ganado el bando de un tal Franco.
Que hubo muchas bajas, eran noticias tristes cuando la ausencia de noticias no
hablaba de la suerte de algunos vecinos, pero nadie tenía claro lo sucedido,
había demasiadas preguntas sin respuestas, necesidades sin reparo, hambres sin
sustentos. La vida era muy dura, pero los rayos de la luz destellaban con un
calor especial, habían pasado tres años y veintidós días desde que Miguel la
dejó con el ajuar en el cajón, con los sueños rotos.
Con
la mirada ausente y regocijo en el alma era el único aliento en la esperanza.
Volveré por ti, recordaba cuando se lo prometió. Y nos casaremos y tendremos
una linda familia. Las promesas son deudas lo sabía bien Miguel Ramirez, la
palabra es sagrada se la infundo su padre, el amor cuando es verdadero es
milagroso se le recordó su madre Rosita, ellos -sus padres- murieron jóvenes,
pero le seguían acompañando cada día en su corazón en sus actos, en la
desesperación escuchaba sus consejos, en la tristeza su consuelo. Miguel
aprendió el arte de servir, la habilidad de cocinar en la guerra, de atender
las demandas de una camarilla de oficiales al servicio del poder militar, lo
único que tenía que hacer era servir y cumplir.
Se
había ganado el aprecio del mando, Miguel el canario le decían, tenía habilidad
para obtener aprecios, su nobleza manifiesta, humildad y respeto le empujaban
por el camino sensato. Pronto llegó la absoluta, el júbilo, la fiesta del
regreso. La última carta que le envió a Benita debía andar en mulas Higuera
canaria arriba, cargada de sueños y condiciones. Era la última carta de la maldita
guerra, solo se leían buenos presagios y voluntades, pronto volveremos Tesoro.
Y solo Dios sabe que es así. Aquellas cartas se escribían en tercera persona, a
sabiendas de que no las iba a leer Benita porque no sabía leer, y los
sentimientos se contenían en el pensamiento y los deseos se adivinaban, en el
alma, aunque ella había acudido a la primera escuela en la Gavia, en la Casa de
Manuel Cruz. Con una de aquellas maestras que hoy nadie recuerda, donde
acudieron muchos abuelos ya desaparecidos hace años.
El
movimiento por los caminos del barrio se había acelerado por el momento, las
noticias corrían de boca a oreja, como los chismes, que poco se cultivaban por
falta de ética moral, los más viajeros llevaban y traían noticias de supuestas
actividades acaecidas, los más valientes, se acercaban al ayuntamiento o al
cuartelillo de la guardia civil, para informarse de la última hora del regreso
de los salvados de la contienda.
Miguel
tuvo tiempo de despedirse de los mandos, de prometerse suerte en la vida y
recomendaciones de estado, de la fiabilidad que le había otorgado el servicio a
la patria, que ahora se llamaba la nueva España la del generalísimo Franco, el
salvador de la patria y la república libre soñada por otros. Porque los pobres
solo quería el pan y alpargatas y muchos acabaron partiéndose la cara por la ambición
del valiente, pero eso ya no importaba, ahora solo valía volver a Canarias, reconstruir
su vida, fundar una familia, era el sueño en su mejor perspectiva. Se acabó el
odio y los disparos, aunque la otra guerra la de la reconstrucción de un país,
iba a ser dura y trabajosa. Con la ayuda del amor de Dios.
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