Jean Martín luchó en los últimos destellos de la guerra de la independencia, fue enviado al sur de España, en un desespero de apagar tantos frentes abiertos, las revueltas napoleónicas no contemplaron el alzamiento de la nación española, enfurecida por el atropello militar de un Napoleón entusiasmado con la idea de conquistar un país con la facilidad de la destitución del trono de su rey. Los borbones desde Fernando VII nunca fueron trigo limpio, pero una cierta cordura de habilidad los llevaba a mantenerse en el trono con un equilibrio de poderes inexplicables en las cortes. Jean Martín tuvo la suerte de un habilidoso aprendiz que no quería luchar y cedió al concilio de prisionero en vez de levantar sus armas contra su voluntad. Fue custodiado y llevado a prisión para su destierro y en esas causas de una guerra indeseada, la suerte le destino a las islas canarias en uno de aquellos primeros barcos de vapor –no si antes dormir en las prisiones flotantes de Cádiz, hasta saber, si su cabeza corría la suerte o la desgracia- la bendición esta vez estuvo de su parte ya que al echar de España a los Bonaparte y la caída absoluta del emperador, la decisión de la pena de muerte para el enemigo se reconvirtió en la suerte y la oportunidad de una nueva vida, en el reparto les toca la lotería de Gran Canaria, junto a 800 compatriotas que encontraron el mismo destino de nueva residencia en unas islas afortunadas que necesitaban de mano de obra cualificada y un trato generoso con los prisioneros allegados.
En
el muelle de la luz, la administración inglesa agilizaba el tránsito de
viajeros y los reos o prisioneros de las batallas de Europa, el procedimiento
consistía igual que en la trata de esclavos, pero con la libertad y
restricciones en el maltrato. Se ofrecía al pueblo la oportunidad de adoptar un
sirviente con el agravio de su mantenimiento en vida. Y fueron muchos los
canarios que se aprovecharon la oportunidad de encontrar ayudantes en el
trabajo de las tierras. Jean Martín fue elegido por un tal Ramirez de la
Higuera Canaria, comerciante agrícola de frutas y verduras, en los mercados de
la capital, captó la idea de hacer de su finca un lugar productivo, necesitaba
mano de obra y la oportunidad que le brindaba el destino supuso otro despegue
en la economía familiar de unas islas amparadas bajo explotación y custodias
anglosajonas.
Jean
Martin, encontró en la familia Ramirez, la comodidad de un trato preferencial,
gente humilde que solo quería sacar adelante una vida decente y espiritual en
un rincón de Gran Canaria, su habilidad consistía en pasar desapercibido en la
isla, sentir el cariño, el sol y la belleza de una vida ermitaña en la bondad
generosa de los Ramirez. No había controversias, ni exigencias, los Ramirez
eran gente noble que no le exigía más que la lealtad como garantía. Pronto la
honestidad de este francés fue un valor en alza, sus conocimientos artesanos,
su inteligencia con las labranzas, su profunda filosofía del entendimiento y la
razón, le llevó a un cultivo exhaustivo de su vida. El conocimiento de las
plantas, la precognición con la vida contemplativa le añadió un plus de
conciencia inaudito, un psicólogo antiguo, un adivino habilidoso que comprendía
todo lo que pasaba alrededor y ejercía de transmisor de otra realidad. Poco a
poco su apodo fue ganando fama, del francés de los Ramirez, al Sajorín de
Graciarui, pronto el olvido restauro su vida y pudo encontrar pareja con una
mujer soltera de la zona, Llamada Leocadia, cuyo nombre nadie nombra por
desconocimiento de su historia.
La
misma historia que le da de momento un solo hijo. Al que llamaron Antonio por
nacer el 13 de junio y apodaron Ramirez, porqué Martín era en vano, era de
malagradecido y transmarino, era de prisionero sin honor. Eso al “Sajorín” como
bautizaron los lugareños, nunca le importó, su gran virtud fue encontrar el
equilibrio de su vida y el cariño de su mundo, y tanto que lo consiguió, fue un
escaparate de consulta, a él acudían de todas partes de la isla, señores de
abundancia para pedir consejo espiritual y formal. Era un curandero empedernido
de valor y conocimiento, un aguerrido personaje de consulta continua. En la que
su bondad mantenía a raya la chalanería y la mala conciencia. Era hombre mixtico
y cabal. Vivió su senectud a finales del siglo XVlll como un superviviente
altivo del honor de la adopción, nunca reclamó su Galia, solo hablaba de un
pueblo más allá de España, donde la campiña exaltaba el alma y la armonía la
conciencia cotidiana. Pero encontró el equilibrio su alma y su conciencia
brindó con esperanza las consultas de un pueblo que navegaba en la ignorancia,
murió en Graciarui en el año 1895, su hijo Antonio, fue testigo de su ocaso,
con apenas 15 años
Pronto
Antonio conoció a Rosita amador en aquellos trajines de la necesidad en los
caminos y pasillos de labranzas, la vida caminaba a diario las sendas del
destino. Antonio encontró en Rosita Amador una "Santanera" adoptada también, la
persona resuelta ideal para su futuro. Y pronto definieron su encuentro en un
amor correspondido, se casaron por obra y gracia de las lecturas oficiadas en
parroquias antiguas. Y se pusieron a cultivar familia y andares. Y aquí nació
el eslabón que conduce a la continuidad. María, Isabel, Antonio y Miguel…
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