La
tarde languidece de sol que se aleja, de luz que se apaga convirtiendo en
sombra la jornada, vuelvo al hospital acompañar a mi madre, ella está en fase
de descuento, aunque en sus flashes de lucidez, pronuncia palabras
entrecortadas con lamentos; No me quiero morir, Mamá, Papá, sus llamadas tienen
un eco insonoro y no pasan más allá de sus deseos de comunicarse con sus
muertos. Se queja con la única arma que le acompaña, el sonido de su voz apagada,
mientras otros protestan, por los lamentos, a veces parece un hospital de
guerra, cuando se ponen en contagio de tríos o coral de ensayos
Más
allá en el pasillo se oyen gritos de angustia, la muerte esta vez, se apoyado
en el umbral de la puerta de la habitación 271 y su presencia implacable es un
misterio que ni ella sabe explicar, habla al oído a los enfermos, a veces
consuela con silencio y relaja, otras cansada de oír lamentos y llantos de
miedos, corta por lo sano, aplica un atraganto, se convierte en una de las mil
maneras de morir en una cama. Me fui por el pasillo buscando el baño y me miró e
hizo señas. Ven acércate –me dijo, convencido que le iba atender- con reparo
acudí y a una cierta distancia, observé como sacaba un enorme catálogo y sin
amenazas, con la firmeza de su destino. Pasaba páginas y decía. Hoy estoy aburrido,
este listado de formas de morir lo e inventado para no tener que aplicar improvisaciones,
en esta parte, hago lectura resumida de la vida de los individuos, y en esta
casilla hay una valoración que va del uno al diez, Si su vida ha sido una
mierda, la valoración es baja y hay que dejarles purgarse de culpas y desdichas,
no pienso llevarme a nadie cuya existencia no le de consuelo, si no es capaz de
dejar atrás sus miserias.
Observa,
se acercó a la cama de una señora consumida en su pellejo con un espíritu
atrapado en un esqueleto de huesos. Maúlla, le ordenó y de su cuerpo encorvado
salió el sonido de un gato maltratado, un frío recorrió mi cuerpo, le miré
condescendiente. No chico, no… Dijo firme, mi trabajo es un asco, estoy solo,
nadie me oye, todos me llaman, nadie me responde, se alejan de mí, produzco
miedo, tu me ves como un monstruo. Pues yo no lo percibo así, me paso el día poniendo
trampas, tengo un ejército de inútiles que no siguen el patrón de mi padre, la
muerte, que me enseñó mis antepasados. La muerte tiene que ser digna, es una obligación
en nuestros estatutos y debemos proporcionarla, Pues no. Los imberbes y novatos
que me asisten en este ingrato trabajo, se pasan el día matando a placer, no
siguen el protocolo. Al final del pasillo. Se oyó un golpe en una habitación, que
sirvió en un segundo para percatarme de su ausencia y regreso… Escuchaste, -me dijo,
para confirmar su ejemplo- tuve que tirar de la cama a uno que me estaba
sacando de quicio, le había advertido, que se me agotaba la paciencia, con sus
agonías. Este desgraciado, se ha pasado la vida abusando de su autoridad, no ha
tenido nunca nadie que le rece, ni el cura de la planta a pasado a verle, en
tres meses que lleva ahí. Que asco de vida… Ahora le recogerán, pero así lo voy
debilitando hasta que pague sus culpas en vida
Me
quedé con el pensamiento atrapado en la secuencia actual del tiempo de
meditación, sabía que todo aquello que pasaba alrededor era una comedia escrita
por un custodiado destino y que la realidad superaba cualquier ficción, si
podía interpretarla con mi imaginación, tal vez pudiera ayudar en la
comunicación del desenlace. Las miradas de espera, se cruzaban en el pasillo,
en algunas horas del día era el corredor de la muerte cuando se le sentía
avanzar firme, con los zapatos betunados de negro brillante, golpeando el
suelo, al compás de un sonido letal, Si portaba la carpeta bajo el brazo, venía
a comunicar una muerte digna y el paciente, esperaba su visita, estaba en paz,
preparado para cruzar al otro lado…
Mirando
al final del pasillo, con la vista aturdida de espacio y confinamiento. Constaté
como una enfermera tropezaba con la esquina de un carro y se lamentaba de su
torpeza, miré al suelo y vi la muerte sentada con los pies estirados, le había
puesto una zancadilla de maldad, en la distancia le reproché su actuación. Percatada
de su actuación, se limitó a decirme que a veces tambien se aburría, no usaba
la guadaña y solo podía hacer trastadas con los diablillos que le hacían apuestas,
cuando se despistaba la guardia de la bondad.
En
ese mundo de imaginación y pasillos tambien acudían duendes inapropiados, y había
seres extraordinarios que ayudaban a pacificar los sufrimientos, que daban agua
y consuelo. Que acompañaban en la dura soledad del pensamiento, que usaban la
palabra, para el alivio, la energía para la paz, los hospitales están llenos de
ángeles buenos, que dulcifican las despedidas, los abandonos, que limpian las
heridas, que dan de comer con sus manos, con el respeto y la dignidad de una
humanidad que sigue luchando por su equilibrio, en esos espacios terminales, uno
se encuentra con el uno que conoce a si mismo y advierte la frontera de la vida
sin poder mirar más allá, con el deterioro inevitable del colapso.