Fue a finales de los años sesenta, cuando en mi tierna memoria infantil se grababan las músicas radiofónicas, cantos populares y folklores de la tierra. Recuerdo con especial hincapié aquellos puntos cubanos que nos trasportaban a un caribe canario de hermandad cercana. Los versos improvisados de poetas agrarios con una sabiduría madurada en los quehaceres de la tierra y la virtud del conocimiento de vidas de ajetreo y voluntad. En aquellos pasajes de mis sueños encuentro abuelos y tíos abuelos, conversando en la sintonía del caribe, era poesía de palabra rural. Eran piques sanos del conocimiento, virtudes del trovador de cuento. Ahí tejían con el juego de palabras la sabiduría popular, que entraba a jugar con ritmo constante enzarzando mensajes de palabras y consonantes.
El punto cubano era un romancero de rosario, agitado en el mensaje que enviaba al destinatario. El humor florecía con el entusiasmo de enhebrar, las palabras más rotundas que matizaban rematar. Aquellos sones de mi infancia, duraron tres estrofas en la revolución sesentera. En cuanto las radios subieron el volumen del pop internacional, de la alegría de la libertad se borraron de la mente juvenil y escondieron en la memoria de los ancestros. Fueron los mayores y sus herencias los que cuidaron de no borrar la retentiva, de guardar sus contribuciones como patrimonio de un pasado que pudiera volver como un concilio, ellos. Los abuelos mantuvieron en sus aldeas y barrios sus costumbres defendiendo el honor de sus antepasados, con aquel aroma a tradición lo transmitieron de hijos a nietos y formaron el vínculo de la continuidad.
El encuentro del verso improvisado de las Vegas de Valsequillo, es el culto de mantener el espiritu de las tradiciones más lejanas y acercarlas como un juego literario improvisado a la transición del futuro constante, cuanta gracia y honor en la semblanza del abuelo, Paquito Sánchez y Antoñita Pérez, que con el culto y el semillero familiar quiere prolongar su vida al más allá, su esencia de tradición al futuro de su generación, como el pasaporte principal de revelar los sueños de aquellas Rosas de Hércules literarias.
La enorme cantera juvenil de las Vegas es una labranza del día a día, a este semillero de Paquito Sánchez acude la genialidad de los grandes juglares de este siglo, los criollos del folklore, los catedráticos del concilio. De la mano sagrada del gran Yeray Rodriguez los conciertos de la poesía improvisada son un juego de niños, una pasión enraizada que despierta un pasado dormido y traslada la emoción a un recuerdo no muy lejano de trovadores armados y desafíos cantados.
En las tardes parsimoniosas de mi niñez, sentado en la puerta de la cueva de la Pepina -casa de mis abuelos- amarrando manojos de Yerbas medicinales para vender en el mercado, escuchamos la Onda media de un viejo transistor de radio, que acompañaba la tertulia de las enseñanzas del abuelo. Entre radionovelas y pasajes locales, aparecía el canto del punto cubano y nunca olvidaré la estrofa encontrada que se quedó atrapada en mi mente, por la gracia del ensayo con mi hermana.
“Al carpintero Narciso, se le murió su mujer y como era de su querer otra de madera hizo. Fue tanto lo que la quiso que la guardó en una alacena, y ella sin culpa ni pena al carpintero cayó y ahora si digo yo, mujer ni de palo es buena”
Aquel estribillo siguió olvidado y enraizado en nuestras mentes, al igual que el son de los instrumentos que preparaba las improvisaciones, el punto cubano nunca se marchó de canarias y sigue más vivo que nunca en la gran familia de Paquito Sánchez que supo inculcar su valor, su fortaleza, su generosa entrega a la cultura popular del pueblo, que guarda sus mejores esencias para compartir con los suyos. El Rancho de ánimas y los versos improvisados rinden cálida cuenta y genial relevo al futuro de la constancia en el cultivo de las tradiciones.
Anoche disfrutamos de un encuentro lleno de esa reminiscencia del pasado, con un cartel de embajadores de primer orden. No podía faltar los grandes maestros. Anamary Gil. Emiliano Sardiñas. Raúl Herreras, Se María Dávila. A esta hermosa tribu de trovadores se le ha unido la fuerza de la juventud de las tierras altas de las Vegas. Gisela Guedes, María belén Sánchez, Pablo Guajara, Paco Guedes, Noa Alemán y un plantel más lleno de futuro y alegría: Gregorio del Pino, Elena Gonzalez, Adrián Henriquez, Ana Falcón, Adriana median, Luz Mila Valeron.
la cultura no puede estimular La memoria, si no se siembra, respeta y manifiesta. El pueblo da su mejor versión en sus cabales, la sabiduría es un don popular que se crece en la esencia de su conocimiento y comparte en el placer del entretenimiento. Estamos en la plenitud de ese encuentro. Los grandes retos son susceptibles de conservación y mejoras, -cuidar los detalles- como todo en la vida invertir en el potencial de esa juventud con buenas tablas, como lo ha hecho el abuelo Paquito Sánchez con su talante, a lo largo de su vida, es el mejor recuerdo a la memoria que no se olvida.