sábado, 16 de agosto de 2025

El bosque de los pitones

Y el cielo rural se llenó de pitones amarillos, y mil abejas pulularon sobre sus ramas verdes, que colgaban como faroles encendidos en los días de verano. La imagen que tiñe andurriales y barrancos, es un frenesí de polen sin igual; un festín para las abejas, que ve recuperación laboral en los extras después de la primavera, el rito anual de agasajar al sol, la vida en la tierra canaria.

Ahora los campos son libres de acción y albedrío, la nula actividad sobre las pitas, han hecho reverdecer los bosques de pitones, tras la muerte de la pitera, los nuevos semilleros de pitas jóvenes, complacen la voluntad de su anarquía procreadora, y se reproducen año tras año, como una plaga de color que mantiene los mástiles erguidos de pitones enramando el cielo de las laderas

Ante el desuso de sus cualidades culinarias para los animales domésticos, de hebras de hilo para la artesanía, los menjunjes sanitarios de propiedades curativas. Ya nadie coge las pitas, las desnuca con las piteras de hierro, aquel trabajo artesano, que consistía en arrancarlas desde la base desnucando su tronco y pelando las pencas, para hacerlas comestibles picándolas troceadas como melones, al ganado vacuno. Era una fuente de alimentación constante, que dejó de usarse en detrimento de la naturaleza invasora.

De niños, nos enviaban a localizar los pocos pitones que crecían libres, ya que estaban controlados sus lugares, para usar los palos, rectos de sus troncos, como vigas para techos de chozas, como marcos de madera para las puertas de los alpendes, -estos, después de secarse se mantenían tiesos, aguantando muchos embates del tiempo-, no eran fáciles de destruir, incluso ocuparon nuestras primeras porterías para los campos de futbol del barrio.

Hoy los pueblos y barrios de medianías sureñas, sobre todo en los núcleos rurales donde hubo explotaciones ganaderas, las pitas se han propagado invadiendo todos los espacios antes controlados por el factor humano de su cultivo y explotación. Podemos encontrar núcleos como las riveras de los barrancos de valsequillo, Los mocanes, zona de las chozas, San Roque, Los lomitos, helechal, el Moreno, Montañón o abejera alta, donde su desplaye visual es de auténtica exhibición de bosque de pitones amarillos.

Una belleza que enaltece los veranos isleños y nos recuerdan nuestro pasado agrícola y ganadero, donde la alimentación de las reses, iba más allá de pastos y las pitas eran una golosina complementaria, sin olvidarnos de la naturaleza invasora de su ocupación, al crecer el pitón, muere la pita y deja hijos que continúan el ciclo, como las plataneras. Con la diferencia que la primera apenas necesita agua para su reproducción.

Hoy queda desierto el acto del control de la naturaleza reproductora e invasora y tanto, las tuneras, como pitas suelen ejercer esa naturaleza desbocada en una tierra tan madre como nuestras islas, acariciadas de sol y alisio todo el año. Y con el cartel de no tocar, por su excelente belleza y surtida variedad

 

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