Buscando
comparativas atemporales sobre la situación política en Valsequillo, me siguen asaltando
dudas sobre la terminología de las tragedias, y debo remitirme a Ulises y a
toda la divina comedia, para extraer una evocación en el tiempo, hurgando
pensamientos en la Grecia filosófica de los grandes dramaturgos influyentes de
aquel teatro, donde el ritual se convertía en el sacrificio de la cabra. Amaltea,
nodriza de dioses, amamantó a Zeus en el cuerno de la abundancia. Hoy,
sin embargo, la tragedia no se centra en dioses ni monstruos, sino en los
atributos éticos de los protagonistas modernos. Porque en esta obra no
escrita, los personajes caen no por su entorno, sino por sus propias grietas,
por la soberbia que los empuja hacia el abismo
No
quiero refugiarme en volúmenes de teoría ni en ensayos filosóficos que llenaron
de duda el universo y de profundidad el caos; quiero volver a este pueblo y
sentar en el banquillo de la decencia los atributos de las soluciones
políticas, la realidad de una tragedia monumental. El entendimiento de que la unión
hace la fuerza cuando se trata de barrer la egolatría del poder y la inmundicia
del colectivo. No se puede cavar más profunda esta tumba, por la que se
precipita todos los enterradores o salvadores de patrias, sin criterios ni
experiencias.
La
política no puede ser una enfermedad común que lacra la sociedad que esclaviza,
no puede ser un juego de nodrizas que amamantan a los infelices destetados. A
la política se acude a trabajar por y para el pueblo. A solucionar los
problemas con la operatividad del consenso, no ha crear el caos. Hay que sacar
pecho y enmendar los errores continuos, o hacerse a un lado y permitir que
otras energías más clarividentes resuelvan tanta tragedia; es que hemos perdido
el norte; es que esta democracia llamada libertad y albedrío, ampara tanta tosquedad
gestora, que se repitan y aireen los patrones con el arte de los trileros.
Basta
ya. Valsequillo necesita un quirófano
urgente, un desfibrilador; necesita cirujanos, profesionales a destajo para
cortar lo que se putrefacta inmediatamente, necesita guardia custodia y
seguimiento de un libro de rutas para la restauración rápida del sentido común,
no se puede convertir en un Sodoma y Gomorra del siglo veintiuno. No pueden
amontonarse las facturas de deudas impagadas con esa escandalosa petulancia y
que el pueblo se coma el marrón del pago. Estamos locos, por menos o nada, han
ardido en las hogueras de la inquisición miles de inocentes.
Rogamos
cortar por lo sano este desbarajuste, -Poner sobre la mesa al Diógenes desnudo
de la deuda- parar el sangrado de la tragedia continua, mientras se ríen con la
procacidad y el aval de los cómplices, que creen que están a la altura de
tremenda inoperancia y derruida ética social, por favor que somos un municipio
pequeño que debería estar en la cabeza del orgullo social e isleño y no en los
excrementos del ejemplo gubernamental improvisado
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