La palma es un sentimiento de amistad perenne, que nos recuerda cada mañana el sufrimiento de una maldad vomitada de sus entrañas, una isla que ha sido sacudida por la bestia de vulcano que se ha ensañado a lo largo del siglo en repetir sus actuaciones, una isla que levanta paredes y cultiva el platanar, que alimenta tradiciones, que bohemia espera dormida de romanticismo y costumbres. Un hermoso corazón que flota en el atlántico como una perla del cuaternario, con sus ronquidos mitológicos, con sus afluentes perennes, con sus balcones de pasillo, con sus bosques fortachones, su inmensa cumbre del cielo, donde las estrellas duermen la noche en la cueva de los cuervos. Donde la galaxia se asoma para colorear el pensamiento de la vida, ese que te hace sentir tan pequeño como una hormiga en el desierto, donde las flores son de una belleza espontánea y el habla de sus paisanos un canto a la amistad. Por qué tierra hermosa y sufrida sufres las embestidas de ese malvado volcán, que se envalentona y agita como una fuente brutal, destrozando la corteza, la tierra y la belleza y en picón la haces volar.