Acercarte a la obra de Van Gogh,
es prepararte para conocer una nueva dimensión de la luz a través de la
genialidad seductora del color y la inspiración, no necesita más paisaje que el
que el sueño le induce, la mirada le proporciona, la sensibilidad le acaricia. La
tierna pereza y ruda actitud le abstrae, los duendes le exaltan con las
cosquillas del pincel, la luz tiene vida y se esconde en las sombras, el color
tiene latidos y resaltan jugando con la inspiración de su estilo, renaciendo en
cada pasaje, en cada garabato. Si su locura es atravesar el silencio de los elementos
con tristeza y exaltación. Si su dimensión es arrancarles la piel a gritos a los
chispeantes destellos de colores que adornan su legado. La pintura se cobra el
precio de su osadía, melancolía, realismo que se esconde, que juega con las percepciones
de los visionarios y manifiesta la sencilla expresión del arte, con la sublime
caricia de la luz, los caprichos del tiempo y sus encantamientos, este loco
atrapado en los cuadros, en la miseria de una sociedad dormida, en los pasillos
de un hospital de amparo, es poeta, maestro seductor atormentado, perdición y
enfermo del maquillaje de sus sueños, es bohemia luminosa y esquizofrenia del
color. Es luz milagrosa en la oscuridad, es vidente inalcanzable con la mano de
un Dios.
Gracias Vincent Van Gogh, por
que el destino se encargó que no hubiera dos iguales.
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