domingo, 25 de septiembre de 2022

Lluvia mansa de San Miguel

 

Eran noches de vela oscura, noches de agua serena. En la cabecera de la cama el crucifijo colgado conciliando el amparo y el sufrimiento de los pobres un equilibrio tan humano como dependiente, agarrarse a la oración, a la fe. Al regocijo de aceptar la voluntad de Dios, así era la conciliación de la vida en aquellos años de juventud de los abuelos. Con dios todo, sin dios nada, frase antológica que cerraba filas al testimonio.

Afuera de la cueva, Miguel se había entretenido aquella tarde anterior hablando con su padre –El Sajorín-  en presagiar el tiempo, llevaba días con una punzada indigesta en el pensamiento, miraba al cielo, al paisaje, escudriñaba señales en la naturaleza, que le revelaran los acontecimientos, en su interior presentía, auguraba con la inexplicable razón del presentimiento, que no se equivocaba, el movimiento de los insectos, alterados por una tensión inusual buscando alimentos, picando aquí y allá, Las aves revoloteando y buscando amparos temporales en parejas independientes o solitarias. La serenidad del aire, la desaparición de las nubes altas y el efecto gaseoso, casi imperceptible con la niebla, que poco a poco parecía que enjabonaba el paisaje.

Los tiempos aquellos, en los que las predicciones eran sabias, las tornas se viraban a tiempo, las escorrentías se limpiaban con agrado para el parto del cielo, para el regalo de dios. Y el pensamiento era recadero del acontecimiento, se recogían, protegían, amarraban, preveían tiempos de agua. Ojalá no haga viento, y la lluvia sea serena y abundante. Miguel heredó la dulzura y la sabiduría de su padre Antonio el Sajorín, aquel hombre que nació en el barranco de Graciarui y sus descendientes vivieron barranco arriba donde vivía la gente de la Pepina. Misterioso personaje que habitó en aquel lugar donde nació la familia. Recuerdo comentar a mi madre que de cuentos antiguos del abuelo. Se refería a una familia que vivía en la depresión del barranco y a cuyo miembro matriarcal, le llamaron la Pepina, -tal vez, por carácter, por fisionomía o comportamiento- nadie explica porqué y su existencia se ancló en la toponimia del tiempo y sobrevivió a la actualidad, que ahora soy testimonio de su existencia y escribiente de los recuerdos, como transmisor cuentista de otras vidas.

Miguel, despertó de un salto, había pasado de duermevelas a caer en un sueño de pesadilla en la que su padre, le recordaba las previsiones de las noches de agua serena. Se amarró las alpargatas al tiento, después de encender la vela, que desesperó una llama de duendes dormidos. era una estampa lúgubre de cuentos. Afuera el rumor y chipoteo del rocío sereno, una orquesta sonora preparada para un concierto de ángeles meones, en una noche de fiesta en la que tocaba regar, sin maldad. Tantos rezos y misericordia habían conciliado la voluntad del padre y el agua corría alegre y en armonía, se estancaba dulce como los espejos del alma, en cristalina visión.

Los perros no ladraron, los burros no rebuznaron, ni las gallinas cantaron aquella mañana de la tormenta por San Miguel. Eso sí. Un ejército de gusanitos negros de humedades y babosas sedientas con periscopios observadores, salieron arrastrándose a su oportunidad de tiempo libre, para sus manifestaciones

A Miguel y Benita, Ángeles de mis recuerdos.


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