Emulando la frase de D. José Saramago, intentando ajustar la emoción de la luz de la lava, del salitre del mar. A la tradición de volver a sentir su misterio, es esta isla una quietud de luz y armonía, un relax para el visitante, descubrir cada año su naturaleza escondida en la blancura de sus silencios, en el mar de sus calmas, una orquesta de sensaciones que cautiva a un espectador que atrapa su albor. Paisaje herido de maltratos del alma, el viento atropella la altitud y la convierte en capricho del dios que escarba
Amanece nublado, casi
amenazando tormenta, es un edredón acolchado el que cubre con velo, la tierra
sedienta. Al zoco de sus paredes agrietadas todo crece, todo se cultiva, el
agricultor conejero a engañado al viento, ha bajado de sus dominios, a
escondido sus alimentos y caprichos, sus vides y hortalizas. Asegurado un pacto
con su arrecio impertinente, que barre constante la faz de su piel.
Y el mar, coquetea en sus
marejadillas de paz, en la piel de la humedad que domina el aire y clava el
cielo, no es azul su color, es otro capricho del sol, el que convierte sus
mansas olas en acuario para “guiris” encantados, observar sus olas al llegar a
la orilla, como juegan con la arena, dando volteretas en el último suspiro de
su muerte mansa, no importa la espuma oxigenada ellas se sienten felices de
voltear en sus arenas doradas
Y las rocas milenarias que
duermen atrapando las algas, con el palpitar de la insólita constancia. La isla
es fuego dormido y luz resplandeciente, es amor platónico de arena y bosques
perdidos. Donde el consuelo de la decadencia se riza en la magia de su paisaje
de cenizas. Lanzarote blanco y de nubes, de lagares y aromas a lluvia
invisible, de hoyuelos con puntitos verdes de parra, de acuarelas de picón y
azufre, de gargantas secas que abrigaron fuego, que abiertas al cielo siguen
pidiendo agua, para calmar al diablo de sus entrañas.
Volver a su arena, volver a
sus playas, a su luz, a su magia. Tiene un encanto que engancha. Tiene un
sentimiento que enamora el alma, y su paisaje de montañas peladas, y su mar de
lava solidificada, convierte los campos en terapia de las miradas, Lanzarote,
aunque me duela el alma, no puedo estar sin tu belleza extraña, visitar tus
santuarios y dejarme las huellas de las pisadas, contemplando las cornisas y la
arena ametrallada, en los cantos de cenizas, que levantan tus murallas.
Algo de mi se quedó en
Lanzarote, en la faz de su corteza bajo el cielo, algo de mi se quedó entre los
volcanes que un día destrozaron su belleza africana y convirtieron en santuario
la curiosidad del mundo por su sencilla amalgama, hoy es saqueo de quien no
conoce tu causa. Hoy son reproches de mudanzas. Mantente firme Lancelot, no
permitas que nadie rompa tu gracia.
Un año más Lanzarote, nuestra
casa.