Y en el brillo de tus piedras dormidas, dibuje unas calles antiguas empedradas y en el pensamiento, tosca rubia y blanca, de sillares de montaña Las Palmas, se mezclan con perfiles de casonas cansadas de madurar en el tiempo, de ser eternas en quimeras
Y
en los cantos de tus paredes, escuché los salmos de tus rosarios a la luz de
los candiles, el silencio se escondía por la calle huerta, el murmullo corría
por las carreñas para saltar detrás de sus murallas, a las tierras escondidas de
despensas de batallas, escuché los grillos en la madrugada subir por Santa
María, alumbradas por luciérnagas de guardia, Fue el silencio melodía que
separaba los tiempos y apaciguaba la calma. El Viejo Laurel de indias, se erigió
como testigo de fama y a él llegaban arrieros de campo, pastores de montaña,
emisarios políticos babosos y vendedores de lana. Yunque de artesanos,
zapateros de cuerada, pajareros de breñas altas, marchantes de carne mala.
La
vida en San Francisco fue de andar por su calzada, sentir los perros que ladran
y los gallos que cantan, la belleza de sus misterios se esconde en sus casas
centenarias. Tablados de dos alturas,
escenario de sotanas. Repique de campanarios de sepelios sin alma.
Escaleras
de Altozano que fuiste tobogán de infancia, escenario de mi teatro, escondite
de mis fantasmas, allí conocí mi existencia, allí despertó mi alma.
Al
barrio que jugando al escondite perdió al jugador del tiempo y lo atrapó en sus
perfiles encantados, ventanas verdes de esperanza y sueños de misterios olvidados
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