El pasillo del tiempo se paro
aquella tarde, para recordarnos su memoria gris, exaltada de observaciones y
tertulias, la calle era ramal de transeúntes, carros, bestias y tartanas. Algún
coche traqueteando ruidos y expulsando humo embadurnaba el aire con esa mezcla
a combustión mal regulada y aceite quemado y de vez en cuando un claxon sonaba
para el saludo a los conocidos de toda la vida, también para espantar alguna gallina
despistada que picaba el asfalto. Era las tardes de tertulia en la puerta de la
tienda, donde los mayores custodiaban el punto de encuentro y traían las
últimas noticias, comentaban de los muertos y su irremediable despedida, o de
las tragedias de los vivos, bien por gracias, bien por desgracias, los nombretes
apuntaban las maldades y las estimas las bondades de los acontecimientos. Todo
sonaba con la banda clásica del pasado rancio, los respetos de los veteranos,
las pautas de las tertulias y entre miradas con cachuchas, los misterios del
pensamiento, el pizco del calentamiento y el momento de la zanga, la mesa libre
que ya no llegan vecinas charlatanas a comprar por las horas tardías, la tienda
cambia de traje y pasa a tasca de Manises y chochos, de ron blanco y
botellines. Y entre partida y jugada solo cantan los triunfos que esperan en un
silencio callado, el momento de las buenas jugadas se adivina en las bazas de
la suerte.
Tiempos grises, esquinas del
tiempo de ayer, del pueblo y su gente, de la pachorra y la semblanza de una
vida paciente.
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