Detrás de una higuera pelada, cuyos gajos grises danzan desnudo al frío del desierto, dos perros ladran a extraños que pasean por los valles serenos de las montañas. Uno hace ademán de intimar lanzando ladridos en todas direcciones.
El otro le tranquiliza explicándole que no atentan contra su propiedad.
Más allá unos paisanos apartan la comida de unas cabras y con un silbido al perro calla.
Adiós..! levantamos la mano en la distancia
.
Adiós..! Replicaron buscando identificarnos en el espacio que nos separaba, hablando de quienes eramos quedo el lance de la observación
Seguimos paseando con la mirada y las piernas agradecidas de una extraña sensación de placer, silencio, serenidad, distancias.
Una charla abundante en el camino, hablando de las cosas de la vida, de la suerte de vivirla, de pisarla, en la conciencia y la sensibilidad de quien la atrapa.
La armonía que se respira en este pasaje del pueblo de los Valles, permite a todas las cosas iradiar su belleza, su energia. Es la manifestación de la sencillez, el orden y la limpieza. Los tajinastes blancos. Extienden sus faldas floreadas encima de los campos de cenizas negras.
Montadas sobre paredes de piedras lucen los musgos figuras extrañas.
Lanzarote esconde en el norte la sutileza serena del invierno, frío agradable para el paseo, escudriñar los caprichos del tiempo
En la escuelita de los valles seis niños, se reparten la atención de la maestra, saben de lo cercano, saben de sus cosas, de las cosas vitales de su mundo
El paisano se acercó decidido, paró su ranchera. Y expresó: Agustín..! le estaba diciendo a Ramiro, que tu eras Agustín. El del barranco la Espoleta. Sus facciones cambiaron cuando me acerque a saludarle. A cóño, exclamó. Se me pareció a Agustín. Hasta le disputé a Ramíro su identidad. No se preocupe amigo, lo que pasa es que me gusta saludar a la gente como si nos conociéramos de toda la vida. Entonces me miró complacido y remató.
Disculpe, es que la gente por aquí no saluda..
Sean felices.
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