Siempre llega despierto y
luminoso, puntual y carnoso los veranos de mis recuerdos, son tiempos de playa
y rocas, de marisma y bronceado, de cargar energía a través de la piel y la
vista, de arena caliente y sed insaciable. A la luz, a la mar, a las caracolas que
se esconden en la arena, mientras los pies las pisan, a estirarnos la piel y contar
las arrugas con entrecejos altivos, a caprichos y libertad de soltar el tiempo atrapado,
a filosofía del ser y de la memoria, a hilvanar la vida con el pensamiento
relajado y la familia cerca. Verano azul, verano caliente, verano que invitas a
nadar, a sumergirte en tu vida, a pisar arena que hierve, a lamer helados sabrosos,
a fruta jugosa y manjares exquisitos.
Y sentir como te quema de
nuevo la piel, los años de tus paseos sobre la arena dorada y el salpicar de los
chapoteos del encuentro, las miradas, el paisaje del mar sobre las olas, el olor
de la marisma que repica en cada espuma blanca, el sonido de la acústica de la
mar. Y lánguida escena del momento repetible de las sirenas del verano. Amores que
despiertan las pasiones estivales. Y en ello la vida sumerge como cada año estos
cuerpos y sus rosarios. Las sirenas de verano cantan por agosto, por las playas
del paraíso, como veda de tiempos que vuelven a la expresión de bellos momentos
de arena, sal y brisa, con sol, sed y nostalgia.
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