Siempre hay un tiempo para
compartir, un tiempo de familia sagrado, un verse las alegrías y acercar las
distancias y en ello, no hay mejor atención que los sagrados anfitriones del Espartero.
Antoñita y Mario, volvieron abrir las puertas de su castillo encantado, para
que el verano y sus caprichos soleados, nos dieran un baño de familiaridad y ratitos
estivales.
En aquella falda del volcán dormido
de Pino Santo, los barranquillos, lomas y cauces, marcaron un territorio de
postal, de serena postal de alisio. Ahí donde la frontera con el fenómeno climático
comienza hacerse fuerte y natural. Y aunque el sol brille en estado bravo, el
soplo silencioso del viento acaricia sutilmente las montañas, refrescando al
morir la tarde. Las nubes suben arropar la cima, a airear su vegetación de verde
acebuche apiñados y cortezas de negro carbón.
Bancales de fruta golosa se
esconde entre los amplios cañaverales. Que como cortinas de feria cierran las
visiones de los foráneos a las introspecciones furtivas. Las viviendas se han
ido apilando en los montículos naturales, para aprovechar las tierras de plantío
y el encanto de su estampa rural hace entrañable la vida en la tierra.
Sus casi mil metros de
altura, le añoran largas de noches de invierno y lectura. Amparados por la cara
norte de la isla sitúa su vegetación entre dos latitudes temporales, arbustos
acebuchales esparcidos entre barranquillos y laderas que acompañan las vertientes
del barranco del cortijo hasta su nacimiento cerca del Faro de Teror, y arriba
los eucaliptos y helechos atrapan la humedad de unas medianías caprichosas y
rurales.
Volver al Espartero, fue volver
abrir el libro de gnomos y druidas, para acompañar en esas reuniones anuales y bíblicas.
Un encuentro de magia familiar que acompasa la medida del tiempo, los magos de
la tierra media, se reúnen en un lugar del paraíso para reírse y manifestar los
lazos de familiaridad. Son hermosas sintonías de compás y dichas. En las que el
único factor que hace visible la grandeza del momento es la sonrisa de estar
vivos y unidos por vínculos temporales y generacionales.
Y la noche borró el paisaje y
escondió los sueños, la cúpula celeste desplego su lienzo. Mientras en el banco
del patio, la meditación y el balance de Mario y Antoñita fue ralentizando la
noche y atrajo la curiosidad de las lechuzas, en el brillo de sus ojos iluminaron
el bosque encantado del Espartero como luciérnagas aplaudiendo su generosidad
con destellos.
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