Los
chiquillos eran ruines de maldades infantiles, no de corazón, pues a la primera
llamada de atención se derrumbaban como castillos de naipes, la malicia no era
más que un intento de desafiar las leyes establecidas de la ética y la moral
que se destilaba por entonces, aquellos años sesenta de pleno siglo veinte,
sumidos en una recuperación industrial y económica pujante, ayudaba a liberar
la fuerza del turismo que se avecinaba como un boom que cambiaría la historia
de las islas para siempre.
En
los pueblos de medianías de Gran Canaria, la tierra era la principal fuente
subsistencia y ello junto a la ganadería, fueron quienes soportaron el gran
vacío de abastecimiento que dejó las grandes guerras y la civil española.
En las tierras altas de Valsequillo la zona de las Vegas, entre la chiquillería circulaba un misterio sobre un personaje, eran cosas de chiquillos evidentemente, pero tenía cierto toque mágico que despistaba la ignorancia de los chavales. En las charlas a la salida del colegio, alegaban que Dieguito Bermúdez era un brujo, un señor de la zona, dedicado a la labranza y que en su actividad tomaba todos los días el mismo camino para bajar el barranco del chorrillo y continuar por el lomito del mismo nombre e irse hacia las cuevas del barranco los aromeros, recovecos del barranco de los Llanetes, tan salpicados de asentamientos aborígenes. Ninguno entendía como aparecía y desaparecía por arte de magia, causándoles gran incertidumbre y angustia a la población juvenil.
Miguel
y Pablo armados de valor decidieron profundizar en el secreto que guardaba
Dieguito Bermúdez, le acecharon una sobremesa cuando volvía atender sus
animales, y escondidos en el cañaveral del barranquillo vieron pasar a Dieguito
encorvado de cintura con el desajuste de su vida laboral tan flagrante, le
siguieron lentamente y en un abrir y cerrar de ojos Dieguito desapareció como
tragado por la tierra, esto generó cierto pánico que pusieron “pies en pólvora
quemada” a Miguel y Pablo, que con la emoción de la experiencia no conseguían
entender que sucedió. Y estuvieron toda la tarde indagando a sus padres sobre
el personaje, que curiosamente vieron volver por el camino al atardecer de
regreso a su casa, sus padres no vieron ningún problema y le quitaron
importancia al misterio.
Corrieron
los años Dieguito murió de viejo mayor y encorvado. Y una tarde charlando con
Antoñito Pérez sobre las cosas de la vida y las zonas, salto la conversación de
la verdad, cuando preguntamos por unas cuevas de solapones que había junto a la
fuente del chorrillo. Si, esas eran de Dieguito, ahí tenía los animales en
verano, los subía de los aromeros, el bajaba por el camino del barranquillo y
se perdía… ¿Se perdía Antoñito?
Efectivamente ese era un misterio que mantenía a los chiquillos distantes y
respetuosos con los mayores. En realidad, lo que hacía dieguito, era que
cruzaba por el pasadizo de tosca de la tubería del chorrillo, un túnel hecho a
mano en la tosca, como está pegado a la pared del risco, no se ve, y de ahí
hacia abajo no hay paso por el barranquillo, sin embargo, la tubería te saca
del túnel 30 metros más abajo, pasando el risco y sigues entre almendreros tu
senda, suficiente con el cañaveral para que no veas la desaparición de Dieguito.
Ja,
ja, nos reímos por que los chiquillos y sus miedos, nunca descubrieron el
pasadizo secreto de Dieguito. Vamos como los reyes, no Antoñito, efectivamente,
la ilusión es una fantasía real
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