Llegó el día donde volver a
enganchar la vieja ilusión de ayer, lleva la consecuencia de una responsabilidad
asociada a la ilusión enérgica. Tal vez, la energía sea eólica o solar, el hecho
es que, si tiramos de la combustión y de los factores encontramos el atasco sublime
del kilometraje, sin revisiones. Una especie de saturación de más de lo mismo. Con
el valor de la solera como estandarte. Quizás querido lector no me entiendan a
estas alturas del relato, pero sigan leyendo y la deducción lógica se encuentra
en la dualidad de los placeres del cuerpo y el alma esa dualidad de la que hablaba
el viejo pensamiento; Aristóteles. Sócrates, Descartes. Aunque el listado de ilustres
es amplio. Escogemos a Sócrates como el primero en decir aquello de que “El
alma es la sede de la moralidad y sus principios” evidentemente la naturaleza
del estudio del ser humano a dado para muchos textos. Pero adivino que me
vuelve a la memoria siempre mis principios como un vigilante de mis
decadencias. Si esto u aquello debo hacerlo, por que he medido su respuesta
positiva y recogido el aplauso del anhelo, que ralentizo en saborear. En cualquier
interpretación se abstrae el factor sueño, ilusión y realidad. Pero si el
antecedente es el cuidado en la manifestación. Hay encriptado un poder del
alma, que transfiere su condición de mandamás del cuerpo. Entonces comprendes
que nada tiene sentido si no te lo dicta el corazón, como ilustre consejero de
bondad.
Valla el sentimiento de los
abstracto en las entendederas de cada uno, como una solidaria forma de enriquecer
su destino. Sus intransigencias mentales o sus pensamientos más irreverentes. Estamos
hecho siempre un medio lío, cuando dejamos que la opinión del alma, se enrede
con la apetencia del ser antiguo del cuerpo. Y hay dejamos a la inteligencia
seductora aplicar fórmulas para contrarrestar nuestros instintos más primitivos.
Si pienso que estoy hecho un
lío con la exposición, vuelvo a leer el texto y me quedó con la sensación que
no me he puesto de acuerdo con los principios, dejando libremente la solución a
la tempestad literaria asociada, una especia de confusión pensativa. O tal vez mejor
una manifestación del poder de las letras ordenadas, asociadas con el
pensamiento más hiperactivo. No importa, ni yo me entiendo, si tranquiliza el
resumen.