Guardian
de las palabras, jeroglíficos de la historia, leyendas del cuento y la
experiencia.
Hemos
comprado una biblioteca nueva, me hacía tanta ilusión, apartar mis mejores
libros, no los más ilustres o de peso histórico, si no aquellos con los que e
sentido una conexión espiritual, una clarividencia excepcional. Pretendía darle
un lugar de prioridad y clasificación en ese armario de los recuerdos, siempre
miraría la asistencia a mi pensamiento. A veces, he leído cosas tan hermosas
que se me pierde el escritor, entonces me fijo en el titulo del libro, en el
autor, la caratula y trato de ubicarlo en el estante de mi memoria reservado a
las emociones del cuento.
Confieso
que el estante se me queda pequeño, Todos tenemos autores a los que le
dedicamos un estante especial, por que brilla su pensamiento en tu conexión, y
el orden de estas prioridades, lo tenía claro desde el primer momento, el
primer estante es para el gran Saramago -El mago de las palabras que más
profundidad le ha dado al pensamiento- Su evangelio, sus dualidades, sus
ensayos, sus intermitencias, sus levantados del suelo, su memorial, su Caín,
son las páginas más hermosas que me han estremecido su lectura, navegar en sus laberintos tan profundos es navegar
en el océano en soledad, nunca sabes donde te llevan sus corrientes, pero te
hace sentir vivo y en otra dimensión del yo y el mundo. El siguiente estante
por que el primero se llenó de Don Jose, seleccioné autores especiales que
brillan con la magia de los relatos y Gabo -Gabriel García Márquez- Me sacudió tanto
su frescura antigua que ese monumento a los Cien años de Soledad es el alma de
un continente que late, de magia, pasión, revolución, poesía. Que grande la belleza
literaria de su obra. Macondo es un lugar tan nuestro. Cuando miré la caratula
de Pablo Neruda, recordé mi juventud, mis latidos de amor apasionados, buscaba
en sus palabras el brillo que adornara mis sentimientos. Seguí ordenando y
encontré el laberinto de la vida, que me llevó en volandas sobre los pilares de
la tierra, Ken Follett, había conseguido meter en mi mollera la historia de un
país, de toda Europa a través de los ojos de las catedrales y las religiones.
El
gran Cervantes y su ilustrado Quijote, era de una elegancia caballerosa, que
sacudía la historia con palabras sencillas y familiares de los abuelos, Me
atreví a disculparme con D. Benito, -por descubrirlo tarde- paisano, los
millones de letras y palabras que a ordenado para explicar el mundo que le tocó
vivir y las emociones que lo tocó transmitir. Y es que el tiempo de lectura solo
rentabiliza al inversor de prioridades.
Confieso
que viajar a Colama, a conocer a Pedro Páramo, descolocó mis entenderás y la tridimensión
de sus conversaciones el primer libro en 3D, que vuelvo a leer páginas para
cerrar su contenido o acabar de entender tan bello jeroglífico. J. Cortázar, A.
Gala, M. Vincent, P. Baroja, P. Coelho, V. Figueroa, O. Paz, Benedetti, Cela.
J. Navarro. Arias, Urbano, Dueñas, Reverte… Por Dios, si no empezado.
He
vuelto a seleccionar y ordenar, la biblioteca se lleno de historias hermosas y
autores brillantes y todavía no he leído ni la micronésima parte de mis deseos.
Ahora con todo el dolor de mi alma, aparto libros que nunca podré leer,
caratulas extrañas, sinopsis sin convicciones, descargo la estantería para
llevar a la fundación y dejar que el tráfico de letras lo investiguen otros
ratones de bibliotecas
Me
quedé mirando con la misma cara de curiosidad que me producen todos a un autor
que desconocía. Gerald Messadie y decidí leer una de sus obras, -El hombre que
se convirtió en Dios- Me encantó. Una aproximación apasionante, desmitificadora
y respetuosa hacia la figura de Jesús. Rodeando aspectos oscuros, y transportándonos
a terrenos ignorados por los textos sagrados o manipulados por los intereses de
las religiones.
Las
chicas de la fundación siempre me guardan algún regalo, viendo mi voracidad
lectora.
Ya
tengo los estantes llenos y mi espacio de curiosidad ha abierto una brecha insaciable,
al menos escribiendo puedo amortiguar la dependencia y gratificar al
pensamiento que me asiste con la inspiración, un mal menor, reconvertido.