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| -Y de la tierra apareció un volcán al amanecer y del cielo una gigante estrella que pude ver- |
De pronto todo se inmortalizó y la luz naranja pintó la oscuridad con un brillo de ternura celestial
En la copa de la vieja montaña, se posó la bola de fuego por capricho divíno, los pájaros enmudecieron, el paisaje sostenido como una pintura relajó la mirada y un pensamiento desveló la infinita verdad. Esa que te hace palpitar, por la belleza secuencial del momento. Nada regala más amor que un paisaje labrado a fuego, donde la infinita armonía consagra las secuencias del despertar y el milagro se reproduce con dulce vocación de dar vida, regalando luz, en esas décimas de pulcro silencio, todos enmudecen mirando la grandeza del espectáculo. Es la reverencia de gracias, por alumbrar y fortalecer la infinita continuidad en la increible tierra, como un garabato aprendíz de niños, como una hoja que juega con el viento, como el manantial que suena escondido, como las nubes que acarician las copas de los árboles, como las aves que lo ven todo desde arriba, como el silencio que da paso al sonído, como la lluvia que regala los colores a la tierra, como la simiente que espera visita para procrear, como la espina que protege la hoja verde, como el pajume que anida el pájaro, como piedra que amarra un puente, como particula de arena que crea duna, como espiga que crea alimento, como luz que borra oscuridad, cuanta belleza en un despertar
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